No retornable.
Una cosa es decir y otra cosa hacer; una cosa es desear y otra muy distinta concretar. Algo que encanta también encandila y tal vez la idealización de determinadas creencias culturales confirman que cuando se toman decisiones de forma impulsiva el resultado marca la diferencia entre lo que puede cambiarse y aquello que no tiene vuelta atrás.
La paternidad circunscripta a la figura masculina no es un tópico muy explorado desde su singularidad, sino más bien el resultado binario de una pareja donde entran en juego las inseguridades tanto del hombre como de la mujer. Y es quizás el enfoque particular de El encanto el punto sensible que aleja -de cierta manera- esta propuesta de Juan Pablo Sasiaín y Ezequiel Tronconi frente a un puñado de títulos de diversa calidad.
Apelar a la comedia dramática sin volverse torpe o solemne desde el registro no es del todo fácil sin la inmejorable ayuda de un buen elenco, y en ese sentido la buena alquimia entre Tronconi y Mónica Antonópulos es clave. Si a eso se le suman buenos secundarios como Boy Olmi o Andrea Frigerio parte del primer obstáculo se ve resuelta.
El segundo contratiempo que puede generar ruido tiene que ver con la presentación integral del conflicto de una pareja en crisis cuando la chance de proyectar una familia altera un orden de individualidades bien marcadas, con la diferencia de roles bien definida dado que ella es una chef reconocida y él sencillamente su pareja.
Ezequiel Tronconi tiene un rango de actuación elevado para ponerse en la piel de personajes que aparentan cierto rasgo del estereotipo de “perdedor” frente a un entorno más “ganador”, logra hacer de esa característica algo completamente opuesto porque nunca claudica esa sutil autodeterminación y libertad ante el agotamiento del abanico de situaciones o decisiones que atraviesan su derrotero. Mientras que la fuerza arrolladora de Mónica Antonópulos no opaca su vulnerabilidad y temor en lo que a paternidad se refiere.
Así las cosas, El encanto abre el juego y la pregunta sobre la idealización de tener hijos pero también rescata la necesidad de animarse a cometer errores en el intento y eso es lo que en definitiva significa transitar por la vida: un viaje inesperado y no retornable.