El encuentro en Guayaquil muestra a San Martín y a Bolívar en un duelo actoral
En julio de 1822, San Martín y Bolívar se encontraron en Guayaquil para discutir varios asuntos: la soberanía sobre la provincia de Guayas (integrada hasta esa fecha al virreinato del Perú), la liberación del Perú y la forma de gobierno conveniente para los nacientes estados americanos. San Martín, establecido por entonces en Lima y necesitado de recursos financieros para consolidar su campaña libertadora, se inclinaba por una monarquía constitucional, mientras que Bolívar prefería una dictadura vitalicia. El encuentro de Guayaquil pone el foco en esa entrevista, apoyándose en la investigación histórica de Pacho O'Donnell que contradice en más de un aspecto a la más canónica, la de Bartolomé Mitre, uno de los biógrafos más citados del prócer argentino que murió exiliado en Francia.
En más de una oportunidad, el cine argentino se ha propuesto "humanizar" al personaje, ofrecer una perspectiva que lo aleje del bronce. Nicolás Capelli trabaja esa línea, con los problemas de salud, las poderosas ambiciones personales y la disipada vida amorosa de San Martín como ejes. Una cámara inestable sigue cada movimiento del militar argentino, simboliza sus angustias y zozobras. Pero lo mejor de la película es, justamente, aquello que ofició como su disparador: ese encuentro históricamente tan relevante del que hay más de una versión, y que Pablo Echarri (quien ya había encarnado a San Martín en un film producido por la TV Pública) y el colombiano Anderson Ballesteros transforman en un vibrante duelo actoral que excede las tesis sobre el enfrentamiento con la corona española. Es en la tensión que los dos actores consiguen cada vez que entran en contacto donde la película crece, se expande y atrapa, más allá de su manifiesta impronta revisionista.