El encuentro de Guayaquil retrata la cumbre San Martín-Bolívar en plena faena independentista latinoamericana pero sin hacerle honor a los próceres.
Hay un logro en este pequeño opus del cine local y es la escena que retrata la noche previa a una batalla. Allí vemos a Simón Bolívar recorriendo algunas carpas y saludando a los soldados. Entre ellos se encuentra un mulato que le cuenta una anécdota al militar bolivariano, en una performance actoral que aporta algo de frescura a la vehemencia general del film.
El resto de lo que se ve en El encuentro de Guayaquil es un duelo de malas interpretaciones (salvo los casos de Arturo Bonin, Juan Palomino y algunas intervenciones de Anderson Ballesteros), lideradas por un Pablo Echarri que zigzaguea entre la declamación con ínfulas de libro de historia y la conversación de fila de supermercado. Eso cuando su José de San Martín no se debate entre gritar mientras golpea la mesa o susurrar como en Resistiré durante sus charlas con el prócer venezolano que compone Ballesteros.
La película de Nicolás Capelli (que cuenta en su haber la indescriptible Matar a Videla) toma como base el libro de Pacho O´Donnell (quien introduce al film) pero no honra siquiera una parte del vuelo del texto original y apenas se queda con los datos, planteados en pantalla con un guión desordenado, que juega a la fragmentación sin hacer pie en certeza narrativa alguna.
Sin llegar al acartonamiento de El santo de la espada (aquella obra de Leopoldo Torre Nilson en la que Alfredo Alcón compuso a un San Martín de revista Anteojito), el film no logra dar en el blanco del planteo formal pero sobre todo se queda corto en términos de realización, con escenas en las que la falta de presupuesto se resuelve a través de planos sin ideas: la verbalización narrativa puesta en juego a la hora de contar una batalla está más cerca de Ed Wood que de Alexander Sokurov.
El encuentro en Guayaquil que se nos presenta fue fundamental para la liberación de Perú pero también marcó un vértice en lo que a hermandad latinoamericana refiere. Y además, claro, fue nada menos que uno de los hechos centrales de la obra independentista de San Martín, poco antes de volver a Europa, donde moriría.
El planteo de Capelli fue a las claras alejarse todo lo posible de lo hecho hasta ahora en cine sobre la historia argentina, que muy lejos está hasta el momento de ofrecer un título a la altura de los nombres y sucesos que se suelen contar. Este tampoco es el caso. Otra vez será. O no.