El enemigo interior sintetiza en los agudos conflictos de una familia las tensiones de la sociedad israelí. La película plantea de entrada un interrogante de difícil resolución: ¿qué significa ser una persona con ética en un entorno que no siempre premia el buen comportamiento? Es el desafío que enfrenta David, un militar de alto rango que se retira luego de casi treinta años de servicio e intenta reinventarse como vendedor de una franquicia de suplementos dietéticos: un tiburón del marketing que lo entrena asegura que importa el fin, no tanto los medios. Imposible no ver en ese consejo utilitario y despiadado un reflejo de las decisiones que desde hace años toma Israel como Estado. Los otros integrantes de la familia también quedan cara a cara con dilemas complicados: la joven e inquieta Yifat protesta contra la militarización de su país e intenta explorar la cultura árabe, mientras que Rina, su mamá docente, vive una aventura amorosa con un joven alumno de su clase y despierta así la ira de su otro hijo, Omri. Erin Korilin combina un costumbrismo seco con algunos recursos que intentan resquebrajarlo (una musicalización deliberadamente artificiosa, personajes que miran a cámara) para construir una historia con aspiraciones de corte sociológico en la que el punto de vista queda sensiblemente expuesto: los árabes que aparecen en la película son terroristas, fanáticos o potenciales abusadores.