Estrenado en la sección oficial Un Certain Regard del Festival de Cannes de 2016, El enemigo interior se presenta como un inquietante film sobre los conflictos desatados dentro del núcleo de una familia israelí. El resultado, sin embargo, queda a mitad de camino entre la crítica política y el espíritu conciliador.
La película arranca el día de retiro de David del ejército después de 27 años de servicio. Su reingreso a la esfera civil será cualquier cosa menos sencillo: el país es muy distinto al de sus años de juventud. Su familia tampoco atraviesa un buen momento, con una mujer docente que inicia un affaire con un alumno y una hija que no tiene mejor idea que salir con un chico árabe.
El realizador Eran Kolirin acompaña a los tres personajes a lo largo de una serie de vivencias que más temprano que tarde terminarán cruzándose. El problema es que ese cruce implica que la película se vuelva por momentos confusa y superflua en el tratamiento de sus distintas líneas narrativas, haciendo que su intento de “comprender” las múltiples aristas de la sociedad israelí coquetee con la banalización -y, lo que es peor, la naturalización- de ciertas prácticas cuanto menos peligrosas.