Los ejemplares de cine israelí y de cine palestino que llegan hasta estas pampas suelen plantear dramas morales, dilemas familiares que a menudo tienen como telón de fondo la tensa situación política de la región. El enemigo interior, tercer largometraje de Eran Kolirin (de quien aquí se estrenó, hace una década, La visita de la banda) sigue esa misma línea, pero sin conseguir los resultados de otras películas de esas latitudes.
El eje está puesto en las peripecias de tres integrantes de los Greenbaum, una familia tipo. El padre, que acaba de dejar el Ejército y trata de insertarse en la vida civil yendo a charlas de autoayuda y haciendo ventas domiciliarias. La madre, una docente de secundaria que tiene fantasías con uno de sus alumnos. Y la hija adolescente, que coquetea con la causa palestina. Mientras tanto, el hijo adolescente está desdibujado.
Lo que vemos es una familia desintegrada, con serios problemas de comunicación. Y esa misma atomización se traslada a toda la película: los intentos por imbricar las historias no funcionan, son forzados. Hay una búsqueda de dramatismo y profundidad que queda en la nada porque las tragedias que nos presentan son demasiado artificiales.