“Nadie en el mundo me convencerá de que somos malas personas” le dice David Greenbaum a su esposa en Más allá de las montañas y las colinas. Aunque pronunciada en medio de una crisis personal, matrimonial, familiar, la declaración del militar retirado adquiere ribetes (geo)políticos en esta película israelí que se proyectó dos años atrás en la sección Un Certain Regard del 69° Festival de Cannes, y que desembarcará en las salas porteñas como El enemigo interior.
A contramano de lo que sugiere el título que eligió para su largometraje más reciente, Eran Kolirin recrea apenas el más allá del límite rocoso. A lo sumo lo representa con personajes de mirada torva y conducta sospechosa, y con indicios de contraste económico y cultural: calles de tierra transitadas por mulas, casas precarias, mujeres con hiyab versus autopistas diseñadas para autos último modelo, edificios con cámaras de seguridad, mujeres con jean.
En realidad, el también autor de La visita de la banda se concentra en el más acá de las colinas y montañas, es decir, en la sociedad israelí. La aproximación da cuenta de tres fenómenos sustanciales: el mandato del éxito a cualquier precio, las dificultades de comunicación interpersonal, la amenaza permanente de agresión que proviene de ese traslasierra apenas frecuentado. Los exponentes ficcionales del objeto de estudio son el mencionado David, su esposa Rina, sus hijos Yifat y Omri.
Cuando la película se proyectó en Cannes y en el 33° Festival de Cine de Jerusalén, algunos críticos le reprocharon cierta ambigüedad que corre el riesgo de resultar demagógica. Desde esta perspectiva, Kolirin parece compensar la caracterización sospechosa de dos personajes palestinos con la caracterización cínica de dos agentes del Ministerio del Interior israelí, y los prejuicios que asoman en la mentalidad progre de Yifat con la expresión “Lo que los judíos siempre hacen” en boca de Imad/Omar.
Sin embargo la declaración de David a su mujer y el plano final donde la joven Yifat mira a cámara con gesto (re)conciliador invita a pensar que la ambigüedad observada refleja, en lugar de la demagogia del autor, cierta conducta social: porque están convencidos de que son buenas personas, algunos israelíes ubican el verdadero origen de sus males del otro lado de las montañas y colinas; por esa misma razón su sentido de la responsabilidad queda circunscrito a una instancia de error, traspié, confusión, debilidad.
Desde esta perspectiva, Kolirin parece cuestionar la clemencia autocomplaciente de sus compatriotas. Ahí anida el “enemigo interior” que nuestros distribuidores convirtieron en título, y que insensibiliza –todavía más– a una sociedad algo perdida, cuyos integrantes se buscan, reencuentran y perdonan en viejas canciones pop.
Esta segunda interpretación del film invita a parafrasear la célebre frase de Martin Luther King: La máxima tragedia no es la opresión y la crueldad de la gente mala, sino la autoindulgencia –en vez del silencio– de la gente buena.