El abuso sexual detrás de las noticias
Las denuncias de acoso sexual al magnate de Fox, Roger Ailes, permiten a El escándalo delinear un entramado en donde información, política y negocios, conviven con el machismo de sus artífices.
No puede dejar de verse El escándalo –título local cuanto menos infantiloide y poco inspirado para Bombshell- como otra de las variaciones (impiadosas) a través de las cuales el cine mira a la televisión. Desde luego, no se trata de licuar asperezas propias, el acoso sexual y el destrato hacia la mujer ocurre por partes iguales en la rama del espectáculo que se elija, cine incluido. A fin de cuentas, se trata de un comportamiento social que debe cambiar. Todo esto porque El escándalo retrata los hechos alrededor de las acusaciones que terminaron con el alejamiento de Roger Ailes de su trono fundador en Fox News.
No es un dato menor, no es un hecho cualquiera. Y es sintomático que el cine lo versione de manera inmediata. Lo sucedido en Fox tuvo lugar durante 2016. Un año después, Ailes fallece. Que una película surja como acto reflejo es notorio. Desde ya, hay ejemplos similares y a montones. Pero de lo que aquí se trata es de acoso sexual en Fox, un episodio todavía reciente en una empresa gigante, cuyos nombres protagonistas están en su mayoría activos y entre ellos, el que más, es el de Donald Trump.
A primera vista, El escándalo parece un atropello de imágenes, con un montaje frenético que crispa los nervios. La claridad del relato tarda. No es una elección formal gratuita o vanidosa, sino a tono con el medio que se retrata y la crisis informativa que protagoniza. Es decir, las imágenes bullen de manera veloz en El escándalo. Y esto es así porque es ése el mundo en el que se sumerge, el de las noticias según Fox, según la televisión, y de acuerdo con el ánimo nervioso que ésta protagoniza en estos días ante el avasallamiento de las redes. De este modo, el film de Jay Roach –a quien vale recordar como director de La familia de mi novia, Locos por los votos y Trumbo- no vacila al momento de intervenir la imagen, a través de la superposición de cuantos tweets requiera. Un amontonamiento que apela a loguitos de comprensión rápida, junto a emojis o semejantes.
Este “ruido” tiene un fin, tiene responsables, y desde luego destinatarios, acá delineados desde las sombras, como la gran urbe en la que se destila toda una parafernalia pseudo informativa, con la atención puesta en sus apetitos. Es así como Roger Ailes desempeña su tarea: conductoras de faldas cortas y escritorios transparentes como decisiones más importantes que la noticia misma. Un recurso que es apenas un eslabón junto a otros, que llevan a su despacho como lugar sagrado, en donde el magnate de la información entrevista a las mujeres de su pantalla.
La caracterización que de Ailes lleva adelante John Lithgow es extraordinaria, porque logra asumir el maquillaje que lo hunde en el sobrepeso, y compone la figura de un tipo irascible y querible. Figura cuanto menos sospechosamente cercana a la de tantos productores cinematográficos. Así, El escándalo no sólo es crítica con la televisión, sino también con la industria del cine: es imposible no leer entre líneas un retrato de Harvey Weinstein.
Pero no sólo a Lithgow transforma el maquillaje, también a Charlize Theron y a Nicole Kidman; la primera como Megyn Kelly, quien fuera blanco de la parafernalia machista de Trump en un debate televisivo y sucesivos tweets misóginos; la segunda como Gretchen Carlson, la periodista que denuncia formalmente a Ailes y enciende la alarma de Fox. Entre ellas existe una convivencia de celos y es notable cómo se delinea, porque aun cuando casi nunca se crucen, está claro que entre ambas no existe una buena relación. También porque éste es el ardid favorito de Ailes, construir a sus estrellas a partir del incentivo de odios cruzados. Una telaraña fantasma que se pondrá a funcionar en cuanto sea conocida la acción legal de Carlson.
Al respecto, hay un plano que es de síntesis. Tiene que ver con la reunión fortuita entre ellas en el ascensor, indiferentes, pero junto a Kayla, la periodista en ascenso que interpreta Margot Robbie, y que curiosamente el film asume como un personaje ficticio. Es ella, justamente, quien protagonizará el momento más incómodo ante Ailes, cuando éste la someta a una entrevista privada. Entre las tres se distingue una sucesión de edades así como de hechos sufridos y silenciados. Cada una en un peldaño profesional distinto, con preocupaciones personales diferentes, pero aunadas en el ascensor y en el mismo encuadre.
El escándalo, como se dijo, es también una mirada impiadosa sobre la televisión. Es ella la que construye y apoya candidatos. Fox y Trump. Lo que importan son los negocios. Hollywood lo es también, pero su atención sigue puesta en el cine; esto es, la imagen meditada. Mientras exista esta posibilidad, habrá reflexión porque habrá imágenes pensadas. Todo depende, se entiende, de que exista el cine. La televisión bombardea, y nunca ingenua, busca hoy amparo en las redes sociales tras el habitual “lo que al público le gusta”. El escándalo mira este entramado de miedo, en donde el machismo oficia de manera institucionalizada, con un monstruo de la información como su agente, y el cometido puesto en la figura de un empresario como presidente de la nación.
A la vez, deja un sabor algo amargo. Porque si bien Roger Ailes será separado de sus funciones y la Fox indemnizará millonariamente a muchas de sus trabajadoras, es Rupert Murdoch (Malcolm McDowell) quien vuelve a tomar las riendas del asunto. Los viejos dinosaurios saben cómo sacar a relucir sus dientes, así que más vale andarse con cuidado.