Basada en hechos reales y dirigida por Jay Roach -un efectivo cineasta responsable de varias entregas de la saga “Austin Powers” así como de “The Fockers”-, cuenta la historia de la presentadora de Fox News, Gretchen Carlson (interpretada por Nicole Kidman), quien se decide a hablar sobre el abuso sexual de su jefe: el productor al frente del canal, el despreciable Roger Ailes (aquí protagonizado por un irreconocible John Lithgow), destapando un escándalo mayúsculo.
Será entonces el efecto en cadena que lleve a sus compañeras de redacción a verse envueltas en el dilema moral sobre si dar o no su testimonio acerca del cuestionado productor, sacudiendo los cimientos del poder de turno. El escándalo de turno está sazonado por un elemento en absoluto menor: el debate presidencial acontecido en la ciudad de Cleveland (en el estadio de los Cavaliers, sede de la franquicia de NBA) durante la campaña presidencial de 2016 que enfrentó ferozmente a demócratas y republicanos y que, a la postre, llevaría a ocupar el preciado sitial en la Casablanca a un ser tan cuestionado como repugnante, el magnate Donald Trump.
Esta película, de indudable pertinencia social, recibió tres nominaciones a los Premios Oscar (Mejor Maquillaje, Mejor Actriz para Charlize Theron y Mejor Actriz de Reparto para Margot Robbie) y mismas distinciones para los Premios Globos de Oro. Detrás de una impresionante caracterización, Theron y Lithgow brindan actuaciones poderosas, al tiempo que Robbie se confirma como una de las más gratas revelaciones del firmamento estelar hollywoodense y la calidad brindada por el camaleónico personaje de Kidman recuerda a su oscarizado rol en “Las Horas” (Stephen Daldry, 2002): breve, pero intensamente emotivo.
“El Escándalo” es una denuncia al sistema amparada en un sólido retrato femenino de tres de las más destacadas intérpretes del Hollywood contemporáneo, conformando una recreación fidedigna de las maquinarias que mueven los multimedios corporativos de noticias. Con un profundo espíritu autocrítica hacia la sociedad americana, no persigue la necesidad de virar hacia la indulgencia feminista satanizando a ‘ellos’ ni de omitir la complicidad por conveniencia y el silencio de muchas de ‘ellas’. Sin ser lo suficientemente explícita, opone víctimas y victimarios sin difuminar zonas grises propias de la subjetividad de la mirada y lo falible del comportamiento humano.
La caída de este imperio mediático (¿acaso la dimisión de Ailes sería un recurso lampedusiano?) sacudió las conservadoras estructuras de un aparato social patriarcal que validaba arcaicas y repugnantes modas y conductas abusivas, toleradas en silencio y naturalizadas hasta la ridiculización del género. La reciente repercusión del movimiento #MeToo que comprometió a varias figuras de la industria (como por ejemplo a Harvey Weinstein, mandamás de Miramax) saca a relucir la mezquindad humana en su condición de detentar el poder.
Por supuesto que el análisis amerita una interpretación mucho más sutil a la guerra de intereses que se esconde detrás. Y a todo un aparato que solventa la ‘verdad’ que un medio puede sostener, tejiendo su propia narrativa de los hechos. Que el presidente electo sucesor de Barack Obama haya sido la misma persona que de forma artera y despreciable acosara, denigrara y vilipendiara a la periodista interpretada por Theron no solo desprestigia la investidura presidencial que con autoritarismo porta, sino que traza un curioso paralelismo con la no menos cuestionada figura de Ailes, un empresario con un pasado turbio (un escándalo de xenofobia y racismo lo colocó en el centro de las polémicas mediáticas hacia 1994).
El respaldo de votantes que convirtió a Trump en presidente de todos los norteamericanos también grafica la violencia espejada en un amplio sector de la ciudad. ¿Quién es de verdad el monstruo?