El Escándalo es el título con que se estrena en Argentina la película Bombshell. Un término que dista de ser inadecuado, pero que resulta bastante genérico. Literalmente, y en particular por lo que propone la historia, “Bomba” sería una traducción más adecuada. Sin embargo, sonoramente no tiene la elegancia para estar membretada en un poster que encabezan Charlize Theron, Nicole Kidman y Margot Robbie. Por otro lado, el motivo de titular Bombshell a esta película tiene un doble sentido particular que viene a crédito de lo que nos están contando.
Dicha palabra es un término coloquial habitualmente utilizado por los machos alfa americanos para definir a una mujer atractiva más allá de toda proporción, pero también es el término para definir un evento que sacude los cimientos de instituciones establecidas. Por lo tanto, no es casualidad otorgarle ese título.
Es-cán-da-lo, es un Escándalo
Si bien es claro que la película trata sobre la cuestión del acoso sexual, de cómo el sexo es considerado directa o subtextualmente un factor decisivo en las contrataciones, su guion indaga en el principal motor tanto para la ejecución del acoso como para la evasión de sus consecuencias: el temor reverencial. El temor de perder el trabajo. El temor de, por hablar, ser un paria en una industria. Un poco por la percibida difamación, y otro poco por algunas compañeras que tristemente toleran dicho acoso como un derecho de piso necesario para progresar.
Cada una de las tres protagonistas se expande sobre una posición respecto del acoso ejercido por Roger Ailes y del acoso como un obstáculo que ellas necesitaron, o necesitan superar diariamente, para avanzar laboralmente.
El Escándalo ilustra concretamente al poder. No importa cuánto poder ejerzan sobre la mujer, los machistas ejecutivos siempre tienen a alguien más grande encima de ellos dispuestos a soltarles la mano si la cosa va mal. Muestra que incluso el más poderoso puede caer con la evidencia indicada. Le pasa a Roger Ailes, le pasa a los hijos del magnate Rupert Murdoch, y en esos breves momentos (o tan breves como la película nos permite) reciben una probadita de la enorme humillación que ellos dispensan sin cargo de conciencia alguno.
El hecho de que se utilice a Donald Trump como subtrama es expresión subyacente de que por mucho que se resuelva el conflicto principal en esta historia, es apenas un episodio en una lucha que está muy lejos de terminar, arriesgándose incluso a denunciar que el más grande acosador está actualmente gobernando el más grande bastión de la democracia occidental. Una mojada de oreja a las instituciones americanas que no es poco común en la filmografía del guionista de este film, Charles Randolph, pues hizo lo mismo con la pena de muerte en La Vida de David Gale y con la crisis económica que azotó a Estados Unidos en 2007 en The Big Short.
En materia actoral, el trio protagonista aborda sus papeles con gran seguridad. Aunque Nicole Kidman conmueve por la valentía que le sabe imprimir a su personaje, aunque Charlize Theron le sepa imprimir matices al suyo, no se puede pasar por alto la labor de Margot Robbie. La actriz australiana sabe entregar la vulnerabilidad que necesita su personaje. Hablamos de momentos de tensión tales como la entrevista que tiene con el Roger Ailes de John Lithgow, el pavor de su cara nos lo dice todo. No obstante, la escena que destaca es una donde tiene una conversación telefónica a lágrima viva afuera de un bar.
Los trabajos de maquillaje pasan desde obviedades tales como la gordura del jerarca Roger Ailes, a labores tan sutiles como en Charlize Theron, en quien uno puede notar que le hicieron maquillaje prostético pero no está muy seguro dónde, lo que es un testamento de talento en favor del equipo de maquillistas ganador del Oscar que tuvo la película.