Vamos por todo...
Tras una brillante escena de títulos (quizás de los mejores créditos de apertura de la historia del cine argentino), El escarabajo de oro propone un universo lúdico y ambicioso a la vez en el que se conjugan desde Edgar Allan Poe, Robert Louis Stevenson y Victoria Benedictsson hasta Leandro N. Alem, el radicalismo, el feminismo, el colonialismo y las miserias de la coproducciones internacionales que tanto bien (y tanto mal) le han hecho a las películas nacionales.
Ensayo meta-cinematográfico (de esos que reflexionan sobre sí mismos llevando la problemática de su producción a la misma esencia de su propuesta), se trata de un film de El Pampero en estado puro, que parece mixturar elementos de Castro y El loro y el cisne (ambas también de Moguillansky) con otros de Historias extraordinarias (Mariano Llinás es uno de los protagonistas y coguionista de El escarabajo de oro).
Cine de aventuras, cine de época (y de épica), cine político y -como quedó dicho- cine dentro del cine, El escarabajo de oro va por todo. Con una vara tan alta, la sensación a medida que avanza la trama (o, mejor, las múltiples subtramas) puede resultar un poco frustrante, pero es que el film arranca tan bien, tiene tantas ideas, asume tanto riesgo, que es imposible sostener semejante nivel de excelencia, creatividad y capacidad de sorpresa durante 100 minutos.
El film -como ocurría con UPA - Una película argentina- se ríe de las situaciones absurdas que se plantean en este tipo de coproducciones: en la ficción, hay productores europeos a los que los argentinos tratan de engañar, mientras que en la realidad El escarabajo de oro surgió como una iniciativa del festival danés CPH:DOX (y su laboratorio DOX:LAB) que apunta a financiar trabajos conjuntos entre directores escandinavos (la sueca Fia-Stina Sandlund en este caso) y realizadores "tercermundistas".
Pero hay más (mucho más): Rafael Spregelburd hace de sí mismo y les cuenta a los integrantes de El Pampero que tiene el dato (y un mapa a descifrar) para encontrar un tesoro en Misiones, más precisamente en un pueblo llamado Leandro N. Alem. Los cineastas, que se habían comprometido con sus financistas europeos a realizar un film de tinte feminista sobre la trágica existencia de la autora sueca Victoria Benedictsson (se suicidó en 1888), pretenden viajar al norte argentino y usar el rodaje de una película sobre la figura de Alem como fachada para buscar el tesoro.
La dinámica interna de un equipo de filmación, la relación de amor-odio, de cazador-cazado entre Europa y Argentina, la historia política nacional (con la señorial voz del mítico Hugo Santiago en la narración en off) y, claro, ese espíritu de comedia musical con escenas coreografiadas que sobrevuela todo el cine de Moguillansky son algunos aspectos que van surgiendo en El escarabajo de oro, un film con desniveles -es cierto- pero con unas cuantas escenas brillantes, memorables. Un cine libre, imperfecto, audaz, un poco arrogante y lleno de talento. Atributos que en el tantas veces adocenado cine argentino de hoy se agradecen mucho.