La libertad con la que El loro y el cisne diseñaba su puesta en escena juguetona, El escarabajo de oro la utiliza (la ganadora de la Competencia) para producir una historia que alterna entre los relatos de aventura y una especie de película casera de amigos. El dato de un tesoro oculto en la localidad de Leandro N. Alem en Misiones es la excusa para iniciar un viaje disparatado y, de paso, para hablar de la experiencia de hacer cine. El grupo protagónico integrado por Rafael Spregelburd, Mariano Llinás, Walter Jakob y Alejo Moguillansky, enterado de la existencia de dos mapas que juntos habrían de señalar la ubicación exacta del tesoro, debe cambiar el destino y el tema de la película en la que trabajan (una coproducción sueca, alemana y francesa acerca de una escritora feminista del siglo XIX que acaba suicidándose) para llevar el equipo al pueblo de Alem y utilizar el rodaje como pantalla de la búsqueda.Mientras tratan de engañar a los productores y convencerlos de cambiar el personaje de la escritora por el de Alem, el cuarteto conspira también contra Luciana y Agustina, las dos mujeres de la troupe que parecen tener sus propios planes. En el camino, las historias que relatan algunos personajes, lejanas y cargadas de toda la aventura de la que carece la falsa filmación, generan un curioso contraste del que salen enriquecidas las dos partes, como si una realzara la belleza escondida de la otra. Moguillansky se permite filmar tanto la infantilidad de sus protagonistas tanto como sus estrategias ridículas y sus momentos de solemnidad impostada (Spregelburd declamando a la orilla de un río acerca de las diferencias esenciales entre europeos y argentinos), y su película se expande con cada escena hasta los límites insospechados que un comienzo abarrotado de personajes, diálogos y movimiento incesante adentro del plano no parecía anunciar.