Una aventura cinematográfica
El escarabajo de oro (2013), co dirigida por Alejo Moguillansky y Fia-Stina Sandlund, es una ficción, aunque por momentos usa un registro documental, que cuenta como un grupo de cineastas, actores y técnicos simula filmar una película pero en realidad va en busca de un tesoro jesuita perdido.
En el medio del viaje que traslada al numeroso equipo hasta Misiones suceden situaciones de las más variadas: reconstrucciones históricas, reflexiones sobre la relación entre los cineastas argentinos y los fondos de fomento europeos, alguna opinión sobre lo femenino y el colonialismo, la decodificación de un mensaje encriptado y, por supuesto, el afán constante por encontrar el tesoro.
Filmada en el marco del DOX:LAB (laboratorio del Festival de Copenhague), que condiciona la convivencia en la dirección y el guión de un director del primer mundo con uno del tercero, su registro de producción explica parte de su versatilidad. Entrecruzando múltiples referencias, que incluyen la adaptación de un cuento de Edgar Allan Poe con las biografías de la escritora Victoria Benedictsson y del político argentino Leandro N. Alem, la trama se vuelve por momentos desopilante y absurda.
Como en un reflejo de la argentinidad, los personajes intentan, cada vez que pueden, sacar algo de ventaja sobre el prójimo. Así, la película desnuda la viveza criolla con un tono risueño y picaresco que por momentos se vuelve un poco banalizante e irracional.
Con un registro informal y muchos guiños a los espectadores “del ambiente”, fans y seguidores de ese particular cine de aventura que en la Argentina inauguró Historias Extraordinarias (2008) de Mariano Llinás (quien actúa de sí mismo en la película y colaboró en la escritura del guión); El escarabajo de oro es pura acción, vértigo, idas y vueltas en el sinuoso camino de encontrar un tesoro perdido que, en realidad, solo es el pretexto para filmar una película.