Algunos podrán ver en la última película de Polanski una sátira política poco original: la historia de un escritor encargado de redactar en las sombras las memorias de un Primer Ministro que remite claramente a Tony Blair, y lo deja mal parado junto a la CIA y los Estados Unidos. Incluso podrán decir que, dada la situación procesal en la que se encuentra atrapado desde hace tiempo, el director no hace otra cosa que ajustar cuentas con sus enemigos íntimos. La verdad es que esto tiene poca importancia y sería ingenuo pensar que, a esta altura de la historia, una película puede cambiar el curso de los acontecimientos. Por otro lado, si bien El escritor oculto es, en esencia, un thriller clásico filmado con destreza, inspiración y elegancia, los frecuentes diálogos sarcásticos y las secuencias absurdas impiden que la película pueda ser tomada demasiado en serio.
El humor de El escritor oculto es autorreferencial, ahí están para corroborarlo el empleado que se empeña en llenar una carretilla de hojas secas en plena tempestad, o la escena en la que nuestro héroe se aventura a descubrir el misterio en bicicleta y se queda pedaleando en el canto rodado. Polanski permanece fiel a sus obsesiones. El protagonista se encuentra encerrado en una mansión lujosa, vítrea, aislada de la gente y asentada en una isla. Un espacio sin posibilidad de escape como el que ocupaban otros personajes en su filmografía: criaturas acorraladas en un barco, un departamento, una casa o un castillo. El mar vuelve a ser una amenaza y reaparecen algunas constantes como la sumisión, la mezcla de atracción y repulsión, el equívoco entre el bien y el mal, el gusto por los personajes perdedores y la habilidad para crear atmósferas inquietantes. Polanski elige a un héroe ingenuo, vulnerable y febril (pero que está lejos de ser un idealista) y, como en sus mejores películas, logra sumergirlo en un ambiente nocivo y sofocante.
La maestría de Polanski se manifiesta desde la escena de apertura, cuando vemos a un transbordador hendir la bruma, atracar y agotarse en un ballet de coches zigzagueantes. Desde los primeros minutos el director instala un clima de densa espera y la sensación de que la amenaza puede surgir de cualquier rincón del plano. Una tensión que irá acentuándose hasta el final de la película con una sequedad admirable. La variada trama incluye fotos comprometedoras, una persecución sobre un transbordador y hasta una pista revelada por el GPS de un coche de alquiler, que funciona como metáfora de la manipulación a la que nos somete la película. El simulacro es un motivo que recorre la ficción y contamina los procedimientos de puesta en escena. Polanski hace converger armoniosamente todas las pistas de una intriga compleja sin que en ningún momento el espectador se encuentre perdido, y convierte a El escritor oculto en una pequeña joya que se incorpora inmediatamente al elenco de sus mejores películas.