Cúlpenlo a Polanski
Cualquier cosa que lleve la firma de Roman Polanski siempre genera expectativas, por más que su nombre hoy ocupe más páginas en policiales que en espectáculos. Pero ni el juicio pendiente por pedofilia ni su actual reclusión en Suiza inciden en la calidad de El escritor oculto. Las supuestas alusiones personales no son más que conjeturas retroactivas. La película ya estaba casi terminada cuando detuvieron al cineasta en el aeropuerto de Zurich en setiembre de 2009.
Lo decisivo es que con El escritor oculto vuelve el mejor Polanski, el que puede combinar a Hitchcock y Kafka en dosis compatibles y digeribles para todo público. Un escritor fantasma (Ewan McGregor) es contratado para terminar la autobiografía del ex primer ministro inglés Adam Lang (Pierce Brosnan). Es un tipo sin ambiciones: no le interesa la política, no le interesa la verdad, lo único que lo mueve es el dinero que prometieron pagarle. Debe concluir lo que dejó pendiente el escritor anterior, cuyo cadáver fue encontrado en una playa en un caso caratulado de suicidio. No bien lo contratan, estalla un escándalo: el ex premier es acusado de permitir torturas ilegales durante la guerra de Irak.
Polanski demuestra su enorme oficio para desarrollar los dramas personales y públicos que conjuga la historia. Y ese oficio se revela en cada una de sus decisiones estéticas, con la escenografía y la fotografía como puntos destacados. Al ubicarse en el justo medio entre Hollywood y el cine de autor, el director polaco impone sus propias reglas: no emite juicios morales apresurados ni imparte lecciones de corrección política, ni siquiera en temas tan complejos y sensibles como el terrorismo y los derechos humanos.
Sostenido por el libro y el guión del periodista Robert Harris (publicista del ex ministro británico Tony Blair), el suspenso de El escritor oculto se genera menos en las acciones que en los detalles perturbadores y las relaciones ambiguas entre los personajes, con más que suficientes cuotas de conspiraciones, traiciones, infidelidades e identificaciones.
Para completar su trabajo, el escritor debe alojarse en una isla de Massachusetts, donde Adam Lang vive retirado en una especie de búnker modernista, junto con su esposa (Olivia Williams) y sus colaboradores, entre ellos una secretaria devota (Kim Catrall) y varios guaridas de seguridad. En ese espacio cerrado, Polanski concentra un mundo de tensiones, donde no falta un toque de comedia absurda, como cuando a través de una ventana se ve a un sirviente barrer y recoger las hojas que el viento vuelve a dispersar al instante.
¿Es una clave? ¿Es un símbolo? ¿Es una imagen fugaz? Nunca se sabe muy bien lo que está pasando en El escritor oculto, pero todo lo que pasa parece tener un significado oculto. Cúlpenlo a Polanski, que nadie va a condenarlo por ese crimen.