El poder en las sombras
En líneas generales El escritor oculto podría ser visto como un thriller político más o menos interesante, con una resolución fallida por lo forzada que aparece y con algunos tiempos muertos que se hacen densos e innecesarios. Pero lo que con otros directores quedaría así, con un resultado mediocre, con Polanski adquiere un matiz de mayor densidad en función de su capacidad para generar tensión, dirigir actores, elaborar climas y, sobre todo, conjugar todo eso para que en la imagen aparezca natural y fluidamente en función del género que está contando. Sin embargo, y a pesar de sus méritos, la película naufraga en función de mantener una estructura previsible, que le va quitando peso al protagonista hasta relevar al “tema de fondo” en un encuadre final que no da lugar a ambigüedades, cerrando puntas con la misma arbitrariedad con que lo hace un director como Ron Howard en El código Da Vinci.
Lo cual sorprenderá a quienes vean la película, porque hasta su desenlace parece un thriller cuidado y atmosférico, con ese tono agobiante que Polanski sabe dosificar con solvencia a través de planos cerrados, con una luz difusa y uniforme que en su palidez deja entrever contraluces que hablan de un mundo ambiguo que alimenta la paranoia del escritor fantasma protagonista, interpretado por Ewan McGregor. Esta paranoia es la base del film, no sabemos qué se esconde detrás de cada fachada y cuándo, ni de qué manera se va a ejecutar la orden que patee el tablero. Sí sabemos que se trata de una olla a presión en la cual un escritor se metió por querer hacer la autobiografía de un ex primer ministro británico (Pierce Brosnan), como un trabajo por encargo que le deja mucha, bastante plata. El planteo es bastante obvio para pasarlo por alto: Brosnan es Tony Blair, no hay vuelta que darle, y la forma en que aparece aislado sin conexión con el mundo real parece una alegoría que por momentos aparece difusa por la realidad que adquiere (y, en todo caso, no sería alegoría). Entonces Ruth (Olivia Williams) sería Cherie Blair, algo que es tan, sino más importante que el dato anterior en función de lo que la película cuenta. No hay sutileza al respecto, y el marco de denuncia deja entrever todo un entramado político donde puede aparecer algo más sutil, particularmente si se piensa en la analogía de relaciones de poder como relaciones amorosas.
Entonces tenemos a este escritor en el medio de una isla de Manhattan, tratando de finalizar la biografía de esa figura política que casi nadie conoce en integridad, tomando el lugar de Mike McAra, el anterior escritor fantasma que murió en circunstancias dudosas. Le dan el manuscrito y le piden que trabaje sobre el mismo, pero desafortunadamente se da cuenta de que es un desastre. Sin embargo, todo lo que le dicen es ambiguo y poco certero, además de que el clima se va haciendo más opresivo a medida que va descubriendo algunas cuestiones que hacen tambalear la versión oficial de los hechos y la presión de la editorial exige resultados. Por lo tanto comienza a investigar y allí se van uniendo piezas que lo van poniendo en un riesgo cada vez más palpable cuando descubre el archivo de McAra, y entiende que la naturaleza política del ex primer ministro Adam Lang contiene otros orígenes e intereses, y que no es casual que el anterior “fantasma” esté muerto. A partir de allí el thriller avanza como una pendiente que, junto a la banda sonora de Alexandre Desplat, culminan en un climax a través del cual el protagonista sortea varios obstáculos con inteligencia.
Pero como dije, el desenlace y el final son bastante flojos. Bueno, del trabajo visual no nos vamos a quejar nunca, por ejemplo, hay un mano a mano hecho desde un plano detalle que en su extensión adquiere una significación fundamental para el film. Polanski sigue siendo un maestro a la hora de la puesta en escena. Pero lo que hace el “fantasma” protagonista es absolutamente inconsecuente con el personaje que se había presentado en las casi dos horas anteriores. Si antes era inteligente, sofisticado y habilidoso, ahora tenemos a un personaje torpe destinado a un final absolutamente forzado por un encuadre final que contrae todas las tensiones del film (incluso con el fuera de cuadro) pero que aparece artificioso en función de lo que se hizo para llegar allí.
En definitiva, es un thriller con un desenlace inverosímil, un tanto decepcionante, pero que por poco más de una hora sabe construir tensión como pocos, sin apelar a fórmulas que desde lo visual resulten efectistas. El giro final del guión, y lo que obviamente Polanski quiere decir con ese encuadre, es otra historia.