Intriga internacional
El policial es uno de los pocos géneros que goza de buena salud en las carteleras cinematográficas del mundo, aunque no es gracias a los grandes tanques de Hollywood que cada semana nos llegan con regularidad industrial (salvo alguna pequeña excepción como Al filo de la oscuridad), sino a la vitalidad de maestros de otros tiempos que han vuelto en buena forma, como Martin Scorsese o el que hoy nos ocupa, el gran Roman Polanski (y sin llegar a hablar de los que tenemos en Argentina). Director de los vericuetos de la mente si los hay, Polanski ha sabido crear un cuerpo de obra muy particular, que supo mantener sus aspiraciones artísticas pese a entrar desde temprano y desarrollarse en el seno de la gran industria (que luego lo terminaría expulsando), bebiendo de las tradiciones más clásicas de Hollywood. Es, sin dudas, un autor con todas las letras, un director que posee una gramática cinematográfica propia, que ha mantenido, nutrido y desarrollado a lo largo de los años pese a los vericuetos que tomó su azarosa existencia (cuyos detalles importa bien poco). Sí vale la pena anotar que su última obra, El escritor oculto, terminada ya en situación de encierro (domiciliario), confirma con altura las virtudes de este director premiado en el último Festival de Berlín por un jurado presidido por Werner Herzog, otro gran director de lo anómalo.
Claro que en Polanski lo extraño se suele esconder detrás de la más crasa normalidad: un matrimonio prototípico de Nueva York (El bebé de Rosemary), dos jóvenes hermanas que viven juntas (Repulsión), un caso de adulterio más en Los Ángeles (Chinatown) o un ex primer ministro británico que quiere escribir sus memorias (El escritor fantasma). Ya las primeras escenas anuncian el clima que dominará la película: un auto aparece abandonado en uno de esos ferrys utilizados para trasladar personas y vehículos, a la siguiente un cuerpo aparece en la playa. Se trata del escritor fantasma (aquél que escribe para otro, ocultando su identidad) del ex premier Adam Lang (el escocés Pierce Brosnan, toda una ironía de Polanski), ahogado aparentemente en estado de ebriedad. Lo irá a suplantar nuestro protagonista, identificado apenas como The Ghost (Ewan McGregor), un escritor impersonal que no está interesado en política pero sí en la jugosa paga que se le ofrece para terminar el libro de su sucesor, en apenas un mes. No resulta casual, empero, que apenas llegue al búnker – mansión en que vive Lang en Estados Unidos, el ex premier sea acusado de capturar y entregar ilegalmente a la CIA a prisioneros islámicos, lo que eventualmente podría llevarlo a ser juzgado como criminal de guerra por el Tribunal de La Haya. Afortunadamente, afirma su entorno, Estados Unidos no tiene acuerdo de extradición con La Haya (otra de las sutiles ironías del director, esta vez para sí mismo). Lo cierto es que el escritor en cuestión comenzará a sospechar de su nuevo jefe, y el clima de encierro y paranoia irá en aumento a medida que descubra ciertas incoherencias en sus testimonios, amén de algunos indicios que lo llevan a dudar de la muerte de su predecesor, confirmados implícitamente por la mujer de Lang (la sutil Olivia Williams). Poco a poco, se irá abriendo una oscura trama que, a tono con la época, mezcla conspiraciones internacionales, posibles asesinatos, espionajes en las más altas esferas del poder y corporaciones que actúan en las sombras.
Férreamente clásica, formalmente sólida como las mejores, hay en El escritor oculto un tono decididamente hitchcockniano de principio a fin que paradójicamente viene a ser como una fuerte brisa de aire fresco en el género, acaso por el oficio con que está resuelta por Polanski. Una maestría que, a excepción de ciertas secuencias resueltas de manera evidentemente magistral (la de cierto asesinato en pleno aeropuerto o el excelente cierre del filme), está asentada en los detalles: la forma en que se teje la intriga (con la violencia casi siempre fuera de campo), los sutiles indicios arrojados al pasar, los diálogos con varios sentidos, los tonos grises que dominan al búnker, van construyendo un clima atrapante de paranoia y sospecha general. Por no hablar de las múltiples referencias de Polanski a la política contemporánea (Tony Blair y George Jr. en primer lugar) o de sus finas y filosas ironías sobre el mundo y el cine que tenemos. Que la épica del héroe individual se vea finalmente traicionada es también todo un dato para celebrar.
Por Martín Iparraguirre