La bella complejidad de lo simple.
Hace poco tiempo tuvimos el homenaje de Martin Scorsese al cine de Hitchcock. La isla siniestra es un ejercicio puramente formal. De ahí que no sea, desgraciadamente, un film emocionante. Está bien: en la filmografía de Hitch lo que importan son las situaciones y no los personajes. Pensemos por ejemplo en Intriga internacional: una magistral película donde lo que importan son las diversas situaciones que debe enfrentar su personaje. Sin embargo no eran meros decorados, algo que si sentía con la última de Scorsese.
Ahora Roman Polanski, el gran cineasta que nos ha legado excelentes películas como Repulsión y El bebé de Rosemary, rinde el mejor honor al maestro del suspense. Combina situaciones fabulosas, personajes siniestros, y climas adecuados para un thriller sólido, de esos que no abundan.
Un "escritor fantasma" (título más adecuado, pero que seguramente disgustó a las distribuidoras, pensando que así vendían una de terror) es aquel que se encarga de dar revisiones, correcciones, cuando no párrafos enteros de obras ajenas. Esta es la profesión del personaje de Ewan McGregor (no importa su nombre) que debe terminar las memoirs de un político inglés (Pierce Brosnan) que recuerda bastante a Tony Blair. Claro que no todo es tan fácil como parece. El escritor deberá ocupar el lugar de su antecesor, presuntamente asesinado. Adam Lang, el ex primer ministro, es una figura controvertida. Por un lado es un bon vivant (y bueno un poco de Bond vivant también) amable y gentil con su equipo de trabajo, y por el otro, un marido infiel, político decadente hostigado por los medios, y recluído en su lujosa mansión. ¿Cualquier similitud con el director acusado de pedófilo es pura coincidencia?
El fantasma, entonces, irá descubriendo a la par nuestra, los sucios secretos de Adam. Así como también entrando en su círculo íntimo. Polanski sabe que es mucho mejor sugerir que mostrar, y así el thriller de espionaje se vuelve mucho más interesante cuando empezamos a sospechar, no sólo que la secretaria de Adam es su amante (Kim Catrall, de Sex and the city) sino que la mujer de poderoso contratante podría estar seduciendo al escritor (una femme fatal soberbia de Olivia Williams). Estos son poderosos ejemplos de que los personajes, a Polanski, le importan. Si no fueran tan ricos en contradicciones, llenos de paranoia y supuesta maldad, la historia se convertiría en puro ejercicio estético. Las miradas, los gestos, los movimientos de cada uno, nos dice algo. No siempre es lo que pensamos, y los giros, así, resultan más sorprendentes.
En cuanto a lo estético, las elecciones de Roman no podían ser mejores. Desde la guardia moderna, recta y asegurada de Adam, hasta los alrededores grises, fríos y húmedos que la rodean. Una buena película de suspenso tiene que tener una secuencia con lluvia. En La isla siniestra, la lluvia se sentía artificial, nos imploraba una sensación de peligro inexistente. Aquí hay varias secuencias con lluvia, las cuales son realmente atrapantes. Incluso la música a priori desubicada de Alexandre Desplat está a tono con el relato general. Hay algunos pocos artilugios lo suficientemente tecnológicos como para que nos parezcan sofisticados hoy, y funcionales a la historia, hoy y mañana.
Siempre se critica cuando un director prestigioso ahonda en dramas históricos para ganar el Oscar (lo hizo Spielberg con La lista de Schindler, lo hizo Polanski con El pianista). Y esa crítica confirma la regla: las historias importantes (entiendasé: dramas del Holocausto) tienen muchas más chances de tener una nominación y ganarla, lo cual es bastante injusto. Esta película es muy buena, aunque por la fecha de estreno y la temática (un thriller político "menor") parece alejada de cualquier mención. Sí, hay una subtrama política que describe y comenta la guerra de Irak (o las políticas británicas al respecto) pero como toda gran obra, primero la disfrutamos por lo que es, y no por el tema que trata. Lo que se justifica es lo que está en pantalla: después vienen todas las intrepetaciones exógenas que hagamos.
El escritor oculto puede que no esté a la altura de la mejor película del polaco, pero hay que tener en cuenta que una obra maestra como Barrio Chino no se estrena todos los días. Aún así, se las ingenia para ser un film endiabladamente divertido y entretenido en sus dos horas de duración. Quizás eso se deba a lo bien que maneja este tipo de historias, donde todos parecen atentar contra la tarea del protagonista. El mal siempre está latente, pero como Jack Gitties, siempre tenemos curiosidad por saber qué es lo que ocurre. Aunque al final, la revelación más demoledora sea que el mundo, no deja de ser un lugar cruel.