El fantasma que sabía demasiado
Como en todos los países en que se estrenó, El escritor oculto llega en medio de la controversia por la detención de Polanski, quien aún espera en arresto domiciliario en Suiza que se resuelva el pedido de extradición a Estados Unidos, país que no pisa desde 1978. Y es que más allá del acontecimiento cinematográfico en sí, uno no puede dejar de advertir aquí y allá momentos que parecen guiños, aunque uno sabe que la película ya estaba filmada cuando lo arrestaron (la postproducción, sí, la hizo detenido). El más evidente es la situación legal del personaje de Pierce Brosnan que, requerida su extradición en el Reino Unido, no puede salir de los Estados Unidos para no ser arrestado. Exactamente la situación inversa a la que Polanski vivió durante treinta años.
Ahora, si uno deja por un rato el morbo también tiene que advertir que El escritor… es una gran película, de lo más interesante que ha dado Polanski en los últimos años. El protagonista, interpretado por Ewan McGregor, es un escritor fantasma (esos que escriben por encargo libros firmados por otros), tan fantasma que en todo el film jamás se menciona su nombre y en los créditos figura como “el fantasma”, contratado para dar forma a la autobiografía de Adam Lang, ex primer ministro británico interpretado por Pierce Brosnan. Las cosas se le complican al poco tiempo porque, a días nomás de su llegada a la residencia-bunker de Lang en una isla de la costa noreste de Estados Unidos, este es acusado de entregar civiles acusados de terrorismo a la CIA para ser torturados, con lo que el escritor se ve en una situación más que incomoda y peligrosa. Más aún cuando se entera de que su antecesor en el empleo fue encontrado muerto en circunstancias sospechosas. Investigando, va descubriendo que en el pasado de su empleador hay elementos todavía más oscuros que los de su escándalo reciente.
Se trata de un thriller político muy efectivo, narrado con precisión y un manejo del suspenso que le debe bastante a Hitchcock. Una escena donde el protagonista se da cuenta en un ferry a punto de zarpar de que lo están siguiendo y que debe escapar a toda costa, no desentonaría en una película del gran Alfred. También remite al maestro la trama del hombre común en circunstancias extraordinarias, envuelto sin quererlo en algo que es más grande que él (Polanski ya había coqueteado con ese recurso y con el estilo a la Hitchcock en Búsqueda frenética). De hecho, el escritor se mete en el asunto ingenuamente, vanagloriándose de no saber nada de política, para encontrarse con un asunto que le quema las manos. Su reacción al principio es tratar de zafar pero, a medida que descubre información, entra a investigar a espaldas del acusado, en parte por la intriga pero en parte también por ambición. El film va mostrando su progresivo encierro, tanto el confinamiento en la casa del primer ministro (otro paralelo) como la encerrona de su situación en la que, a medida que va picando cada vez más alto, va cayendo cada vez más en una trampa. Va cayendo, además, en una posición moralmente cuestionable al darle palabras a un tipo tan seductor como siniestro, llegando al caso de redactar su comunicado de prensa como respuesta ante las acusaciones.
Polanski sigue en su mejor forma, al menos cinematográficamente hablando. No se sabe aún como se resolverá su situación legal, pero para quienes lo admiran (lo admiramos) por su extraordinaria filmografía, el deseo explícito es el de que pueda seguir filmando con el talento que aquí sigue demostrando.