Apenas un fantasma
Ya lo habíamos visto: la imagen es la del hombre común que debe emprender una cruzada personal ante fuerzas que van mas allá de su comprensión. Como el detective privado Gittes en Chinatown o la protagonista de El bebé de Rosemary, los personajes de las mejores películas de Roman Polanski son individuos que luchan, con determinación (y por qué no, alguna que otra torpeza) para encontrar la verdad. Lo que esos personajes nunca saben es que ellos mismos son apenas insectos ante la enormidad del entorno que los rodea, y que ese mismo entorno, ya sea en la forma de empresarios corruptos o de los mismísimos súbditos de Satán, hará lo imposible para impedirles llegar a esa verdad.
Pero hay otra imagen (una que va más allá de lo propiamente cinematográfico) a la que estos héroes atrapados dentro de un sistema inquebrantable nos remiten, y es a la del propio director hoy día. Ver los intentos desesperados de Polanski dentro de una prisión suiza por lograr la extraditación a los Estados Unidos y que de una vez por todas la sociedad del país del norte lo perdone por haber abusado sexualmente de una menor hace ya más de 30 años (no quiero avalar el hecho, pero tengamos en cuenta que la propia victima ya le aceptó las disculpas al realizador en su momento) hace repensar gran parte de su obra como una especie de autobiografía. Polanski también es uno más entre esos individuos que luchan por mirar hacia adelante cuando el resto sólo piensa en el pasado.
El nuevo héroe polanskiano por excelencia es “el fantasma”, como se conoce al personaje de Ewan McGregor en El escritor oculto. El es un ghost writer, un escritor contratado para redactar la autobiografía de un ex primer ministro inglés que está siendo investigado por la corte de La Haya debido a crímenes de guerra que involucran el secuestro y tortura de supuestos terroristas islámicos. La película empieza con la misteriosa muerte del primer ghost writer que deja la obra inconclusa. Enseguida, el muchacho McGregor es llamado para finalizarla, y es transportado a una isla en las afueras de Nueva York donde el ex mandatario actualmente reside. Allí, el joven investigará las razones de la muerte de su anterior colega y se verá inmerso en una red de mentiras y encubrimientos mucho más grande de lo que pensaba.
En principio pareciera que estamos ante la ya clásica historia de “el hombre común frente a una gran conspiración” que viene siendo moneda corriente dentro del mundo de los thrillers de suspenso con fines comerciales en la actualidad, pero al adentrarse en El escritor oculto uno empieza a notar ciertos detalles que hace sobresalir al film de la media propia del género. La primera diferencia se encuentra en el tono elegido por Polanski para narrar las desventuras del protagonista. No vemos esa gravedad que caracterizó al género en los últimos años, en películas más preocupadas por hacer correr la trama desde una vuelta de tuerca a la próxima, sino que estamos ante un regreso a un cine de suspenso más cercano al de la década del 40 y 50, y sobre todo al cine de Hitchcock. Polanski decide tomarse todo el tiempo que sea necesario para que el espectador comprenda hacia dónde está siendo llevada cada acción, y además (y esto es lo más llamativo) el tono tiene una cierta liviandad (ayudada por la banda sonora de Alexander Desplat digna del mejor Bernard Herrmann) que logra que uno se divierta al mismo tiempo que intente descifrar las piezas del rompecabezas que el protagonista está intentando componer. Esto último asemeja mucho a El escritor oculto no sólo a las mejores obras de suspenso de Hitchcock sino también a la que quizás sea la película más popular y menos difundida del propio Polanski, Búsqueda frenética, en la que veíamos los esfuerzos torpes (con resbalones y acrobacias en los techos incluidos) de Harrison Ford por encontrar a su esposa raptada en una París totalmente alienígena para él.
Pero pese a esta supuesta liviandad elegida a la hora de desarrollar la historia, sobre el final de El escritor oculto el director nos pondrá los pies sobre la tierra y nos hará dar cuenta de lo inútil que es luchar como individuos ante los grandes monstruos que se esconden detrás de la escena. Así, por más esfuerzo individual que el protagonista realice, en el fondo sabemos que la batalla estará perdida ante un sistema tan corrompido desde su raíz. Si lo sabrá el propio Polanski.