Si el tándem Warner-DC Comics había sufrido un (otro) traspié en 2016 con Escuadrón Suicida, de David Ayer, esta vez acertó con la contratación de James Gunn, un director expulsado de las huestes de Disney-Marvel por sus controvertidas opiniones en redes sociales, pero que aquí logra trasladar el desparpajo de su saga de Guardianes de la Galaxia y le agrega un festival gore, homenajes al cine clase B y delirantes efectos visuales.
Tras dirigir Guardianes de la Galaxia (2014) y Guardianes de la Galaxia Vol. 2 (2017), James Gunn hizo el pase de Marvel a DC Comics (algo así como de Boca a River) para resucitar a la franquicia tras la floja repercusión de crítica y público que había tenido hace cinco años Escuadrón Suicida. Luego de Aves de Presa, film de Cathy Yan dedicado en exclusiva al desquiciado personaje de Harley Quinn interpretado por Margot Robbie, Warner le dio a Gunn la posibilidad de escribir el guion y rodar la película que deseara. Y el resultado es una suerte de Guardianes de la Galaxia más extrema, mucho más gore y delirante.
Hay una contradicción en la esencia de El Escuadrón Suicida (sí, para diferenciarla de la anterior le agregaron el “El” o el “The” en el título original) y tiene que ver con su violencia es claramente para mayores de 13 (no importa la calificación que le pusieron en Argentina), pero sus chistes en muchos casos sobreexplicados (como el de la ironía de que Peacemaker sea el nombre del brutal guerrero que interpreta John Cena) apuntan a un intelecto de menos de 10. O sea, o los pibes se bancan un despliegue de sangre, vísceras y cuerpos desmembrados que en la comparación convierten a las producciones de Troma (de allí surgió Gunn) o al primer Peter Jackson en ejemplos de austeridad y recato o bien los adultos apelamos a ese niño que todos llevamos dentro para sumergirnos en un humor entre inocente y torpe que -aceptando las convenciones del caso- terminan funcionando.
Tras una primera misión fallida con otros integrantes, el nuevo Escuadrón Suicida terminará en una isla latinoamericana llamada Corto Maltese (hola Hugo Pratt) que está dominada por crueles dictadores (el presidente no es otro que el porteño Juan Diego Botto). Entre militares despóticos, guerrilleros revolucionarios en armas y científicos locos que experimentan con gigantescas criaturas (ahí está el Thinker de un desaprovechado Peter Capaldi), unirán fuerzas los apuntados Peacemaker y Harley Quinn, Bloodsport (Idris Elba), Rick Flag (Joel Kinnaman), Polka-Dot Man (David Dastmalchian), Ratcatcher 2 (Daniela Melchior) y el King Sark con voz de Sylvester Stallone. Está claro que la crítica de Gunn al intervencionismo estadounidense es cualquier cosa menos sutil, pero al mismo tiempo resulta rabiosamente cuestionadora.
Para mi gusto la película -que por momentos remite a Doce del patíbulo pero con el delirio políticamente incorrecto de Deadpool- va de mayor a menor (o quizás sea simplemente que mi capacidad de aguante y disfrute de una película jugada de forma permantente al absurdo y con una estética que intenta siempre remitir al cómic no llega hasta los 132 minutos), pero sean cuales fueren las preferencias y sensibilidades de cada espectador/a hay algo encomiable y valioso en la propuesta de Gunn: a partir de un presupuesto y un despliegue de CGIs colosales, se permite divertirse, desbordarse, jugar siempre al fleje, exponerse sin miedo al ridículo. Con su festival de ratas y monstruos y cabezas aplastadas, El Escuadrón Suicida resulta un orgulloso exponente del cine clase B más bizarro. Y a mucha honra.
PD: El Escuadrón Suicida comienza con Folsom Prison Blues y ninguna película que arranque con la voz de Johnny Cash sonando en vivo puede ser mala. Pero también hay que decir que termina con dos escenas (una durante y otra después de los créditos finales) que esta vez no agregan demasiado.