Villanos ultrapop.
Escuadrón Suicida asomaba como el contracampo conceptual del cine de superhéroes, es decir, prometía usar la subjetiva de los villanos para motorizar la historia en vez de ubicar en ese rol a los superhéroes de los últimos tiempos. Lejos de romper con esa recurrencia, la nueva película de David Ayer (Reyes de la Calle) y de la factoría DC, plantea una estructura narrativa en la que los malos se calzan la misma ropa que sus contrincantes y bajo el mismo objetivo de salvar al mundo. La anarquía presentada en los muchísimos trailers y spots queda en la superficie de una pose, en estereotipos caricaturescos sin desarrollo. Harley Quinn (Margot Robbie), Deadshot (Will Smith) y otros delincuentes bien peligrosos -confinados a cárceles secretas- son forzados a formar un escuadrón, al que se recurrirá en caso de seguridad nacional (mundial según la visión de Estados Unidos) ante una amenaza “metahumana”. Por supuesto que esa amenaza se materializa para que veamos a este séquito en acción. Precisamente, la película solo exhibe la idea de ir de una secuencia de acción a otra, pasando por transiciones explicativas, para colmo de las peores: las que intentan justificar el porqué de los rasgos villanescos en los personajes, incluso hay un redoble de apuesta cuando aparece un flashforward de cada villano viviendo como personas normales.
Harley Quinn era a priori el personaje más esperado; su condición salvaje y desalmada queda en pequeños destellos porque el desarrollo de su perfil es propio de un corte publicitario que se esfuerza más por ofrecer un atuendo, un arma (el bate) y un par de gestos sugestivos que por abrir la compuerta de la locura y del bicho raro, un tema que solo se esboza en un par de diálogos: ni siquiera hay espacio para el humor o la ironía en su perfil, su performance paradójicamente resulta ser unidimensional. La representación de la locura tampoco es una cuota que propone esta versión del Guasón (interpretado por Jared Leto) porque su construcción tiene un perfil de gánster sofisticado y nada de aquel agente del caos, rasgo definido por los cómics antes que por el film de Christopher Nolan. Incluso su presencia dentro de la trama empantana la historia principal, en primer lugar con los flashbacks (otra vez) explicativos sobre el origen de su chica Harley Quinn, y en segundo lugar, en tiempo presente del relato, por su objetivo de rescatarla. En ambos pasajes la locomotora descarrilla, atentando contra la premisa de mantener -a partir de una sensación de movimiento incesante- la acción efectista siempre en alto.
Ni siquiera la violencia, vendida también en los trailers, emerge para solventar la ausencia de características desarrolladas de estos malos, los cuales quedan estampados en un estilo pop, cuasi manierista en la superposición de colores, una idea contrapuesta a la de un conservadurismo narrativo que relata una historia repetida en este subgénero, con pocos matices para particularizar y un notorio exceso de manos en la edición, el golpe certero de un pastiche que no cumple con las expectativas de transgredir los mandamientos del cine de superhéroes y que termina acentuándolos mediante la construcción de una carátula colorinche.