Criminales devenidos héroes.
En medio del caos, un grupo de héroes que en realidad son criminales avanza en formación, como si fuera un intimidante pack de rugbiers que en lugar de correr a lo bestia camina hacia la cámara con estilo, cargando su propio arsenal y respetando una coreografía pensada para que todo se vea mejor en slow motion. Aunque son criminales de lo peor (violentos, asesinos, psicópatas), a medida que el film se desarrolle se irán mostrando menos amenazantes y hasta sensibles. En una palabra: más humanos. Si lo anterior fuera una adivinanza y a alguno se le ocurriera gritar “¡Kryptonita, de Nicanor Loreti!”, sería difícil convencerlo de que esa no es la respuesta correcta. Porque en Escuadrón suicida, igual que en la película argentina basada en la exitosa novela nac&pulp de Leonardo Oyola, los protagonistas son un grupo de delincuentes ocupando el lugar de héroes. Sólo que esta vez el cine argentino lo hizo primero. ¿Y mejor? Puede ser.
Adaptación de una historieta del sello DC Comics en la que un grupo de enemigos de Batman, Superman y demás héroes de la casa, se ven forzados por una organización paraestatal a integrar un comando dedicado a combatir amenazas mayores, Escuadrón suicida, dirigida por David Ayer, tiene todo lo que en teoría nutre a un blockbuster moderno. Superpoderes, efectos digitales, explosiones, artes marciales, armamento de todo tipo, una figura femenina expuesta, eventos sobrenaturales, una ciudad que será demolida, la civilización bajo amenaza y, sí, un conflicto moral. En este caso, el tema del mal menor es lo que subyace en una historia en la que aquellos cuya maldad ha sido probada, deben enfrentarse a algo aún más maligno.
Por supuesto que aquí lo malo y lo más malo son categorías impuestas por una instancia de poder ubicada por encima de ambos bandos –un estado policial–, a la que se puede considerar como “lo peor”. Una metáfora que fácilmente encuentra un correlato en el panorama geopolítico actual. Ahí radica la gran diferencia de fondo que Escuadrón suicida tiene con Kryptonita. Mientras acá hay una institución omnipresente y represiva que interviene decidida a atacar al mal con el mal, como quien combate fuego con fuego, en la película de Loreti reina el caos y los criminales devienen en héroes sin esfuerzo, quizá no por propia voluntad sino por necesidad, por oposición a las instituciones corruptas que generan un estado de injusticia.
Mientras tanto DC Comics sigue intentando sin éxito presentarle batalla a Marvel, su competidora histórica. Y su fracaso tal vez se deba a que, en primer lugar, ni siquiera parecen elegir a los directores correctos. Así como Marvel ha acertado con Joss Whedon, Peyton Reed, Jon Favreau o James Gunn, que entendieron como asumir el desafío de forma lúdica y sin gravedad, DC insiste con nombres de perfil conservador (y no sólo en lo que se refiere a lo estético) como Christopher Nolan, Zach Znyder y sobre todo Ayer, en cuyos trabajos la acción siempre parece destinada a servir de prueba a una idea previa que rige el destino de sus protagonistas y contra la que no hay nada que hacer. Escuadrón suicida no es la excepción.