Amor a la marciana.
Evaluando a la distancia sus películas estrenadas en la Argentina se podría conjeturar que al realizador británico Peter Chelsom siempre le faltaron cinco para el peso. No suelen ser obras bochornosas ni mucho menos –aunque habrá quien opine lo contrario de Hannah Montana: La película- pero es innegable que suelen quedarse en un plano de medianía artística poco recomendable. Ricos, casados e infieles (2001) fue un fiasco de 90 millones de dólares con un elenco de lujo tirado a la basura. Señales de amor (2001), en cambio, resultó una comedia romántica aceptable -con John Cusack todavía en plena forma- y ¿Bailamos? (2004), esa remake de un filme japonés de los 90’s con Richard Gere intentando tirar unos pasos coreografiados, hizo las delicias de las señoras cuarentonas que se sintieron representadas ya no solamente por las letras de Ricardo Arjona. Tras dirigir el film concierto de Miley Cyrus y el largometraje de Hannah Montana, Chelsom se tomaría cuatro años para estrenar Héctor en busca de la felicidad; otro vehículo para el lucimiento de Simon Pegg que no tuvo buenas críticas ni anduvo bien en la taquilla. Llegamos al 2017 y con el flamante lanzamiento mundial de El espacio entre nosotros el inglés volvió a sufrir un revés comercial y crítico. Por mi parte esta vez voy a intentar defenderlo porque la película, modesta como es, no merece el escarnio enfático que está sufriendo desde los medios. En todo caso hay obras infinitamente peores que no han recibido tantos palos.
El espacio entre nosotros es una fantasía romántica en principio destinada a los adolescentes pero tan bien actuada que consigue llamar la atención también del público adulto. La historia es sentimental hasta un extremo pocas veces vista: Gardner (un excepcional Asa Butterfield) nació en una misión espacial en el planeta Marte donde debe residir rodeado por una comunidad de científicos que lo ha criado ya que en la Tierra su mera existencia sigue siendo un secreto para el público. Por haber nacido en un medio ambiente tan distinto al terráqueo el joven de 16 años no podría sobrevivir al cambio de gravedad pero el querer conocer a su padre y a la estudiante de secundaria Tulsa (una Britt Robertson que con 27 años debería empezar a despedirse de estos roles de colegiala), con la que chatea a diario, lo convence de someterse a una operación para fortalecer sus huesos (uno de los déficits físicos que lo aquejan, hay varios más) y emprender el viaje a la Tierra acompañado por su madre postiza Kendra (la siempre hermosa Carla Gugino), y con la venia del director responsable del proyecto Nathaniel Shepherd (el invariablemente superlativo Gary Oldman, en un papel sin mucho relieve).
Al llegar todo es nuevo y maravilloso para Gardner; los colores de la atmósfera terrestre no podrían ser más distintos al paisaje marciano habitual; la fauna, la flora, la gente, la arquitectura… todo es pura emoción para nuestro joven héroe. No obstante, la idea de la NASA de encerrarlo para tenerlo a buen resguardo y someterlo a nuevos tests le genera un rechazo lógico. La película cobra impulso y nuevos bríos con la fuga de Gardner de la instalación gubernamental. Tras presentarse en el colegio ante una sorprendida Tulsa el dúo no tarda en congeniar y se marchan a la aventura con la intención de dar con el paradero del papá del chico. A Tulsa, una jovencita bastante descreída de la gente tras pasar toda su vida en diversos hogares con padres adoptivos poco recomendables, le cae muy bien Gardner que contagia alegría con su entusiasmo casi infantil por todo lo que va descubriendo en el camino. Sin embargo la historia de que viene de Marte no se la cree… aunque tampoco se decide a abandonarlo. Digamos que Tulsa tiene sentimientos encontrados pero se mantiene leal pese a las dudas. En la vida real, si estuviéramos en su lugar, no nos darían los dedos para llamar al Borda.
El espacio entre nosotros construye una segunda mitad del relato con la apariencia de una road movie dinámica, con la gran química entre Asa Butterfield (en la mejor actuación de su breve carrera) y Britt Robertson como principal atractivo, y sin grandes alardes creativos por parte del guionista Allan Loeb que no sabe muy bien qué hacer con los personajes adultos. De todos modos lo que queda en pie es tan ameno como para saber disculpar sus fallas. El argumento podrá ser ridículo pero el combo “adolescentes + sci-fi +romance + road movie” funciona en tanto y en cuanto guardemos en nuestro corazoncito una pizca de esa misma inocencia que brota con tanta naturalidad en nuestro chico de Marte.