En El Dorado, un pueblito de la provincia de Buenos Aires de apenas 300 habitantes, le dicen "el espanto" a una misteriosa enfermedad que solo cura un hombre de avanzada edad, solitario y algo huraño. Para el resto de los problemas de salud que puedan presentarse, los lugareños tienen sus propias recetas, siempre diferentes a las de la medicina tradicional.
Este curioso documental proyectado en la última edición del Bafici empieza por ahí, pero luego aprovecha con astucia la singularidad de los personajes que va presentando y traza, en base a una serie de breves entrevistas, un ligero ensayo cinematográfico sobre el sentido común de una pequeña comunidad que parece detenida en el tiempo: un ideario construido notoriamente con un puñado de apolillados prejuicios y bizarras especulaciones.
Cuando la película se entrega por completo a la tentación de exhibir sin pudor el exotismo de sus protagonistas, se vuelve menos interesante, sobre todo porque esa manipulación establece una distancia un poco fría y petulante con ellos. No deja de ser cierto, de todos modos, que en El Dorado las cosas funcionan de una manera bastante extraña.
Se trata de un particular mundo en miniatura, con sus propias reglas, dinámicas y contradicciones, al que dos cineastas ávidos de novedades llegan con la lógica casi siempre invasiva de los exploradores.