Perdido en el mapa, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, se halla un pueblito fundado en los primeros años del siglo XX, llamado El Dorado, que cuenta con un poco más de 300 personas en la actualidad. Lo que les llamó la atención a los directores Pablo Aparo y Martín Benchimol es el particular modo de vida que tienen sus habitantes porque, pese a estar a no mucha distancia de ciudades más grandes e importantes, ellos están lejos de todo. Algunos tienen computadora y teléfono celular, pero su realidad es otra, mucho más cercana a sus antepasados que al presente. Su cultura sigue siendo machista, los hombres trabajan en el campo, las mujeres están en su casa, no admiten homosexuales, si hay alguno por ahí se terminan dando cuenta que deben marcharse a otro lado.
Aunque el motivo principal de los realizadores no fue tomar registro de los usos y hábitos que impera en esa localidad, sino la costumbre que tienen de curarse la salud entre ellos mismos. Así es, al tener a los médicos y odontólogos alejados la mayoría de los vecinos saben ser curanderos, conocimientos que aprendieron de sus familiares. Cuando a alguien lo aqueja un problema físico uno de ellos voluntariamente acude a curarlo. Utilizan diferentes métodos o técnicas para tratar las enfermedades. Sus herramientas son cordeles, persignaciones, bostezos, sapos lavados a mano al que les atan una cinta roja, o los cuelgan cabeza debajo de la rama de un árbol.
Las personas que se dedican a esto son entrevistadas sentadas. Nadie explica certeramente cómo hace para curar a otro, ni lo muestran tampoco.
Los testimonios se van sucediendo a un buen ritmo aunque con altibajos porque los momentos de transición no aportan nada importante y se producen baches. De a poco introducen dos temas que van adquiriendo preponderancia con el transcurrir del film. Uno tiene que ver con lo que se está hablando y lo padece una mujer grande que siempre está en cama. Unos lo sostienen y otros no que esa señora sufre de “espanto”. Algún hecho la asustó y quedó así, inanimada. Hay alguien llamado Jorge que sabe tratarlo, vive en las afueras y no es muy sociable.
Al relato lo van llevando con cautela, el misterio se acrecienta mientras, en paralelo, van mostrando los preparativos de un casamiento. Inexplicablemente Aparo y Benchimol no logran, o no les permiten, profundizar más y viran la narración hacia la boda, donde la chica está muy entusiasmada y feliz, en tanto que el novio, tiene una cara nada coiuncidente, incluso durante la fiesta, como si lo hubiesen condenado a cadena perpetua, tal vez lo interpretó, o sintió así.
A los que vivimos en las grandes urbes este micro universo aquí exhibido nos puede sorprender porque están en juego otros valores o creencias, y como sus habitantes confían en lo que hacen no precisan de la medicina tradicional, a menos que sea algo muy grave como para vivir tranquilos y sin problemas.