Creer o reventar. La propuesta de El espanto desconcierta, genera perplejidad, divide ¿Qué es verdad y qué está armado (cuánto hay de falso documental? ¿Es otro registro sobre el patetismo pueblerino para reirse a puro cinismo desde la cómoda butaca del cine?
Son muchos los interrogantes, las dudas que genera este film de la dupla Benchimol-Aparo (egresados de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA), que durante dos años viajó al pequeño pueblo de El Dorado para mostrar no sólo la dinámica del lugar sino también para exponer algunos de sus misterios. El dispositivo es sencillo: los vecinos explican a cámara cómo apelan a remedios caseros y técnicas milenarias para reemplazar a la medicina tradicional. Nadie viaja a atenderse con un doctor porque no lo necesitan. Entre ellos hay unos cuantos curanderos capaces de solucionar cualquier dolencia. Todas menos “el espanto”, una extraña enfermedad (¿un brote de locura? ¿una invasión demoníaca?) que solo es tratada por un misterioso anciano que vive del otro lado del puente y que nadie se anima a visitar por sus técnicas “invasivas”. El viejo huraño recibe a pacientes que llegan de todas partes, en El Dorado lo respetan, pero lo quieren lo más lejos posible. Esa enfermedad y esa figura constituyen el principal enigma del film, pero también es uno de los aspectos menos convincentes porque la construcción del suspenso no está del todo lograda.
La otra cuestión discutible de El espanto -película de impecable factura técnica en todos su rubros- tiene que ver con el recorte que se hace a la hora de exponer el patetismo y el conservadurismo de la comunidad. Los personajes son en primera instancia bastante queribles, pero a la hora de hablar de, por ejemplo, el sexo (o la sexualidad), o de mostrar algunas de sus costumbres, los directores dejan todo servido para la risa burlona del espectador. La sensación, por momentos, es que terminan siendo un poco humillados en cámara.
Lo cierto es que El espanto se suma a la larga lista de películas estrenadas en distintas ediciones del BAFICI sobre la vida pueblerina. En este sentido, bien podría ser la antítesis, el contraejemplo de la amabilidad y la falta de subrayados que Rodrigo Moreno propone en Una ciudad de provincia. La polémica, como siempre, está abierta.