Apenas comienza El Espanto, algunos espectadores sentimos que caminamos en procesión detrás de la ambulancia que se dirige a baja velocidad hacia la casa de una vecina enferma. En ese andar entre parsimonioso y desvencijado, percibimos indicios contradictorios respecto de la naturaleza de la película de Pablo Aparo y Martín Benchimol que desembarcó ayer en el cine Gaumont. Lejos de disiparse, la duda sobre si estamos ante un documental o una ficción aumenta a medida que nos adentramos en un pueblo con más curanderos que –si los tuviera– médicos.
Los modismos de los entrevistados y planos generales de casas bajas, calles de tierra, ganado suelto, pastos crecidos, una estación de trenes que parece abandonada sugieren que los realizadores ambientaron su segundo largometraje en una recóndita localidad bonaerense. También está claro el propósito cinematográfico: abordar la creencia en la sanación a través de la palabra y demás prácticas reñidas con el ejercicio ortodoxo de la medicina.
Curiosamente El Espanto convive en nuestra cartelera con un documental italiano que aborda otro tipo de curación reprobada por la ciencia: el exorcismo. La coincidencia resulta interesante porque, mientras Liberami despliega una mirada entre antropológica y sociológica, la película de Aparo y Benchimol constituye una propuesta lúdica y pícara.
Los también autores de La gente del río invitan a participar del juego de espejos que supone la confrontación entre lo estrictamente real (de todos los curanderos que habitan el pueblo, uno solo cura la enfermedad llamada Espanto), los testimonios de vecinos sobre esa realidad y la recreación que esas versiones corregidas y aumentadas inspiran en Aparo y Benchimol. El humor asoma, no al estilo del mockumentary, es decir con tono burlón, sino como guiños sobre la siempre discutible fabricación de la verdad o de lo que realmente ocurre o es.
Los realizadores transgreden límites en un terreno que podría resultar resbaladizo, y sin embargo nunca pierden pie. La locución italiana Se non è vero, è ben trovato (Si no es cierto, está bien armado) ilustra muy bien la inteligencia a la hora de articular ficción y documental.
Aunque estilizado por el juego y la picardía, El Espanto también invita a reflexionar sobre la fragilidad del ser humano o, dicho de otro modo, sobre nuestra necesidad de creer en algo que nos ayude a enfrentar la enfermedad, y por ende la inevitabilidad de la muerte. Sin dudas, Benchimol y Aparo también se desplazan con comodidad entre las dimensiones local y universal.