Si vivís en un pueblo donde casi todo el mundo cura, o sabe cómo curar alguna dolencia, ¿para qué vas a ir al médico? Los cineastas Pablo Aparo y Martín Benchimol demuestran, con El Espanto, la cantidad de historias más que buenas, increíbles que hay ahí afuera, esperando ser contadas. Con ese afán, recogen testimonios de los vecinos de un pueblo, El Dorado, vecinos que no siempre salen bien parados, porque la operación (registrarlos con una cámara para un film destinado a gente muy distinta a ellos) subraya sin remedio su extrañeza, conservadurismo y, en última instancia, ignorancia.
Entre esos testimonios, se construye una verdadera trama, un vademecum de remedios caseros que vienen de lejos y de los que escuchamos hablar, como leyendas rurales, acaso imaginando que pertenecen al mundo de la literatura. Entre los vecinos de El Dorado, sin embargo, la curandería es una realidad muy palpable, capaz de aliviar el empacho o el mal de ojo, la intoxicación y casi cualquier enfermedad. Claro que también creen, sin dudas o por las dudas, en los poderes de otro tipo de males, como el espanto, que sólo trata un tipo extraño llamado Jorge. El espanto quiere ser más que un documental de registro de costumbres, con resultado no siempre redondo.