Mucho me pregunté, luego de la proyección de "El Espanto", de Pablo Aparo y Martín Benchimol (segundo largo después de la reconocida "La gente del río"), sobre cuáles pueden ser las razones reales, para que sucesos como los que trae esta película, realmente tengan lugar.
Es decir, ¿Qué sucede en El Dorado, (provincia de Buenos Aires), en relación a la medicina, que provoca un extraño "autoabastecimiento" local, ligado a prácticas de curanderismo, o alternativas naturales? ¿Cuánto opera la creencia popular, para que en ese pueblo de no más de 300 habitantes, todo (excepto las cirugías, aclaran), se cura con la participación de los lugareños?
Aquí, además, la gran mayoría de los habitantes, posee una habilidad especial para curar, alguna dolencia particular. Es decir que los miembros de esta comunidad, logran un curioso mosaico donde diferentes dolencias son abordadas por distintos vecinos, cada uno con una especialidad.
Se usan técnicas milenarias (algunas, otras, no), de dudosa llegada (según mi percepción citadina), para combatir un alto rango de dolencias, en apariencia con gran éxito. No hay médicos, dicen, ni se necesitan. Todo se resuelve desde el saber médico popular, por así decirlo.
Excepto una enfermedad, que sólo posee un tipo de tratamiento, y de la que prefieren ellos, no hablar demasiado: "El espanto". Un mal que le ataca a las mujeres, especie de brote psiquiátrico, con rasgos quizás depresivo, indescifrable por su caraterización, que sucede esporádicamente y que tiene una sola manera de curarse.
Y lo que es más llamativo aún, es que el curandero que conoce esa técnica, la aplica en su rancho, alejado del pueblo, y que es un hombre entrado en años y hermitaño. ¿Les anticipo más?
Su manera de intervenir involucra un práctica sexual. Eso, desde ya, abre otra línea de trabajo en el film. No sólo hablamos de medicina, sino que después incorporamos el sexo, y cómo se vive en esa pequeña comunidad, donde "todas las mujeres están casadas"... Como mirada antropológica incidental, hay riqueza en lo que trae. Eso es innegable. Sabemos que Aparo y Benchimol, así como en su documental anterior, tienen un particular interés por los perfiles disonantes y coloridos. Y por las comunidades con reglas propias.
Ponen su mirada "porteña" (invisible, controversial, lo se), sobre realidades que tienen su propia lógica, y abren el lente a universos no tan frecuentes para los que vivimos en las grandes ciudades. Lo hacen con una edición que provoca algo de humor, escepticismo y, hay que decirlo, interés. Los suyos son documentales que sorprenden.
No tanto por la dinámica con la que están narrados (de hecho, hay muchas entrevistas con el estilo tradicional del formato) sino por la elección de quienes pasan enfrente de la cámara. Ahí está el ojo de los directores. Ellos seleccionan con habilidad el material en el campo y al editar, logran retratos originales, que ponen a la luz, cuestiones que suceden, en vastos sectores de nuestro país y que la mayoría desconocemos.
"El espanto" puede ser percibida, como un ejercicio que presenta una realidad tangible y potente, desde la mirada crítica de quienes no vivimos en ese escenario. Desde ese lugar, es muy recomendable.