Existe en Buenos Aires un lugar que pocos conocen, pero del que casi todo el mundo habla. Detrás de un paredón insípido y de una puerta que no dice mucho, están los restos de una catedral gótica, donde funciona un singular restaurante que ofrece una sola mesa. Un templo derruido, sin techo. El desnivel del altar es utilizado como escenario para una pianista y una banda de jazz.