Vendedores de recuerdos
Esta película de los veinteañeros Joaquín Maito y Tatiana Mazú tiene varios méritos, el principal de ellos haber registrado un universo muy particular como el de aquellos que se dedican a comprar y vender todo aquellos que la gente descarta
Este muy cuidado film arranca con un grupo de fleteros en la madrugada porteña y luego expondrá las anécdotas de aquellos que se dedican a comprar casas “enteras”; es decir, absolutamente todo lo que hay en un hogar que sus nuevos dueños (en general hijos de un difunto) quieren vaciar. Son adquisiciones casi siempre a granel, sin siquiera distinguir entre lo verdaderamente valioso y lo que no.
Algo similar pasa con la venta de esos objetos. Los directores encuentran el eje, el alma de su película en una casa de remates en Flores y, más precisamente, en un carismático martillero que se dedica a ofrecer todo lo que el lector pueda imaginar (desde posavasos hasta ollas) a un grupo de singulares compradores dispuestos a llevarse una oportunidad por 5, 20 o 50 pesos.
El problema es que, una vez que alcanza su “climax”, aparecen otros personajes secundarios (un revendedor de Mercado Libre, un coleccionista con pasado de trabajador pesquero y la dueña de un anticuario), cuyas miradas e historias no alcanzan el mismo interés.
De todas maneras, es El estado de las cosas un documental singular y valioso, construido a partir de una premisa inteligente (la venta de la historia, de los recuerdos, de la memoria de mucha gente olvidada en circunstancias casi risibles) y con una puesta en escena rigurosa y fluida a la vez. A seguirles los pasos, pues, a estos dos prometedores realizadores.