Cosificación
El estado de las cosas empieza y termina con un texto pintado en aerosol en un cartel publicitario que habla acerca de las cosas (hay que dejar de asociar al grafiti con la rebeldía por al menos dos años). El principio es una acusación a Coca-Cola, el final una cita del Manifiesto Comunista, como si el documental que trascurre en el medio fuera una conexión entre ambos textos, pero la verdad es que casi que no tienen nada que ver, ni entre sí ni con el resto. La falta de cohesión quizás sea la principal falla de los directores Joaquin Maito y Tatiana Mazú. Por suerte no es lo principal en el film, que tiene algunos aciertos, como la elección del tema y el hallazgo de los peculiares personajes que pueblan sus imágenes.
El film centra su eje en el Remate Artigas 1030, donde su carismático dueño Andrés Leonardo Casanovo funciona como catalizador, no sólo del documental, sino también del circuito que recorren los objetos usados de la zona. A partir de allí veremos una crónica construida mediante entrevistas a clientes del remate que impulsan la vida de los objetos por diferentes vías. Distinguiremos un par de anticuarios con diferentes estilos, un coleccionista (muy parecido a Iggy Pop) y también a quienes se encargan de extraer los objetos de sus anteriores hogares, los trabajadores de una empresa de fletes. Las entrevistas están correctamente realizadas, aunque en todos los casos (es decir, seguramente impulsado por el entrevistador) el testimonio deriva en alguna anécdota que nada tiene que ver con el tema del documental, y realmente no todas son tan jugosas ni tienen el mismo nivel de interés.
Además, tenemos los ociosos separadores con imágenes de góndolas de un supermercado o las camionetas de la empresa de fletes atravesando la ciudad que dan la sensación de estar queriendo decir algo más sobre el asunto pero la verdad es que sólo son separadores con bonita fotografía. Hay allí un intento brusco e innecesario de reflexión: el cine reflexiona por sí solo y muchas veces a pesar de sus realizadores. No es este el caso, pero sí es evidente que El estado de las cosas mejora cuando se deja la reflexión a la palabra de los protagonistas y a las cosas.
Entonces podemos decir que, a pesar de tener una corta duración, El estado de las cosas se demora en sus entrevistas alargadas, en sus separadores y en esos textos iniciales y finales que quieren decir algún mensaje ulterior relacionado con el capitalismo que en mi caso no llegué a captar del todo. Por suerte, periódicamente vuelve a aparecer Casanovo, que pone las cosas en su lugar y vuelve todo más entretenido y fluido. Allí la película de Maito y Mazú vuelve a hablar del camino de las cosas, que es su principal acierto y es cuando mejor funciona.
Por último una confesión: he estado deambulando por el lado oscuro, el camino que toman los redactores del suplemento Radar de Página/12 cuando quieren titular alguna nota. El mecanismo es simple, perverso, adictivo: hay que titular haciendo referencia a alguna manifestación cultural aceptada por el establishment progre. Estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano por no titular esta crítica como “Las palabras y las cosas”, “Las cosas como son”, “Cazadores de tesoros”, “Adiós a las armas” o “Tito Cossas”.