Al mejor postor
Sin entrar en un debate sobre valores o la mercantilización de absolutamente todo en el seno de una sociedad de consumo feroz, El estado de las cosas utiliza en sus primeros minutos una correspondencia de imágenes que exponen con claridad el punto de partida.
Los fletes atestados de objetos, que salen de una casa tras la apresurada tasación de uno de los personajes que formará parte del variopinto seleccionado que dan testimonio de sus experiencias a cámara, contrastan con las góndolas del supermercado, cargadas de productos y marcas que gente desconocida elige.
Los directores Joaquín Maito y Tatiana Mazú, sin tomar partido o posición frente a la actividad de la compra y venta de objetos en diferentes modalidades, resaltan además de la peculiaridad de cada uno de los entrevistados, léase el rematador del comienzo, un vendedor on line que se preocupa por la presentación y la puesta en escena para exponer mejor el producto y hasta una anticuaria, las voces del mismo discurso mercantilista sin reparos a pesar de mostrar a veces cierto recelo por estar comercializando afectos con historia y pasado.
No obstante, ninguno de los protagonistas se vincula afectivamente con los productos que adquieren a precio vil pero sí lo hacen con su oficio. El mérito de los directores obedece a la conjunción de dos factores entrelazados y que tienen en común un sentido de la observación agudo, el cual permite sumergirse en un mundo ajeno sobre el que rigen reglas propias, pero que a la vez muestra sus límites y, en muchas ocasiones, la anécdota abunda por encima de la historia.
Si todo se vende es porque todo se compra, esa idea domina cada remate que, captado por una cámara testigo, transmite la adrenalina de lo perentorio de poseer algo que antes no se tenía, aunque esa sensación efímera de lo material dure el mismo lapso de tiempo que tarda en bajar el martillo y la vida de cada uno siga buscando la oferta del mejor postor.