La ópera prima de Santiago Mitre –coguionista de Pablo Trapero en Carancho y Leonera– El estudiante, muestra las vicisitudes (o mejor: la trayectoria) de un joven del interior (Ameghino), de apariencia impasible, quien cursa por tercera vez en la Universidad de Buenos Aires, en este caso en la Facultad de Ciencias Sociales. Y allí, “enamorado” de una docente, terminará ingresando a la militancia política.
Pero no a cualquier militancia: Roque se sumará, desde la Brecha (agrupación –de ficción– de perfil centroizquierdista), a lo que se conoce como “rosca”. Desde allí comenzará, junto a la organización de estudiantes –muy pocos: unos 30 que terminan yendo a un campamento un fin de semana–, las negociaciones con otras agrupaciones y autoridades, tanto universitarias como de los partidos “tradicionales”, para las elecciones a Centro de Estudiantes y de Rectorado. Una voz en off explicará que Roque dejará de cursar materias para priorizar “la militancia”: una donde se negocia, hay dinero (los servicios de bar y fotocopiadoras), se organiza gente, se reciben y dan órdenes. Esto, acompañado de una vida social “normal”, donde Roque va a fiestas, tiene relaciones con varias chicas, etcétera. Se puede afirmar que el registro de la película es el de un “relato realista” (de ahí las imágenes reales filmadas), contemporáneo, al mismo tiempo enfocado en el micromundo de “la rosca” universitaria. Christian Castillo, docente de la misma Facultad de Ciencias Sociales, en un diálogo con el director (publicado en Tiempo Argentino) ha dicho, refiriéndose a la relación entre la realidad y el film: “el sistema sigue siendo completamente anti democrático y oligárquico, donde muy pocas personas tienen una capacidad de decisión política enorme y los más acomodados, los más conservadores, tienen la mayor capacidad de representación. La película muestra muy bien cómo se hace esa negociación y eso me parece un hallazgo” [1].
Toda la acción de El estudiante está instalada en el presente: se ven, como “telón de fondo”, mientras los protagonistas recorren los pasillos de la facultad, los carteles donde se reclama por la muerte de Mariano Ferreyra, así como otros que denuncian la judicialización a Juan Oribe, Jesica Calcagno y Patricio del Corro, encausados por luchar contra los despidos en la fábrica Kraft-Terrabusi. Es decir, todo otro sector del estudiantado que no hace política clientelar y, por el contrario, impulsa asambleas, luchas y acciones solidarias con los trabajadores. Y también se ve una pintada con un “fuerza Cristina”.
Asambleas y tomas, sin mucho contexto, son otros momentos-situaciones que vive Roque, ya transformado en puntero profesional... finalmente traicionado por su dirigente –quien a su vez es traicionado por Roque–. La historia es compacta, sin fisuras, aunque hacia el final tiende a hacerse un tanto densa y decae un poco: Roque es un joven sin mayor ambición que hacer lo suyo “bien”, por fuera de cualquier objetivo político; así lo que quiere mostrar Mitre –como dijo en varios reportajes–, “cómo la política se apodera de las personas”, queda bien claro: es un aparato (que vive de la universidad y de la política burguesa) lo que atrapa a Roque.
Al mismo tiempo, el director ha dicho que la suya es una película “abstracta políticamente” [2], aunque algunas, muy pocas críticas [3] han señalado la imposibilidad de esta inocencia y más bien el trazo grueso en que cae varias veces Mitre, desde el punto de vista del contenido general. Yo en particular resalto el estereotipo que se hace del militante de izquierda, como una especie de necio o fanático que se desvive por ligar cualquier tema (materia) a la explotación capitalista [4] –incluso, este militante termina siendo funcional a las maniobras de Roque contra un ex militante-candidato de Brecha–. En general, en El estudiante el mundo de las ideas políticas es sumamente difuso; y así, la política clientelar-burguesa es la que prima, por fuera de toda ideología (cuestión que, explicó el realizador, va en función del personaje “pragmático”, “de acción” que es Roque, y de hacer “universal” la película, para que funcione en el exterior).
Pese a todo, con buenos planos y sólidas actuaciones, con un buen guión (es una historia bien contada: intensa desde el inicio, con un suspense que atrapa al espectador) y recursos técnicos, El estudiante relata uno (pero sólo uno) de los caminos que transita hoy un sector de la juventud en la universidad pública.