El otro puntero de la pantalla
Cuenta la historia del despertar político de un alumno.
Roque atraviesa los pasillos de la facultad como un forastero recién llegado a un mundo apocalíptico en pleno caos. Ve paredes con pintadas que no comprende del todo, gente que va y viene pegando carteles y escucha diálogos que lo dejan frío. En realidad está más interesado en las chicas: en una compañera de cursada, primero, y luego en una profesora adjunta que milita en una agrupación (llamada “Brecha”) a la que empieza a frecuentar hasta involucrarse de lleno en la política universitaria.
“La Walsh, La Vertiente, Prisma, La Juntada, Contrahegemonia”, cita la voz en off que, de tanto en tanto, organiza el relato. Para Roque (Esteban Lamothe), esas referencias no significan demasiado. Pero Santiago Mitre, director que debuta “en solitario” con este largo, va a ir velozmente metiéndonos en tema. En plan de seguir a Paula (Romina Paula), Roque se descubre como un inteligente operador político. De hecho, lo descubre Acevedo (Ricardo Felix), profesor y cerebro de esa agrupación, cuando Roque hace una jugada inteligente que le permite a Brecha una “salvación política”.
Roque se convierte en el puntero de Acevedo. Pero ambos tienen un interés común: Paula. El juego crecerá cuando lleguen las elecciones del Rectorado. Roque, el provinciano, acaso no tiene la “labia” de sus compañeros, pero es resolutivo. Cuando un amigo suyo se roba la plata de la fotocopiadora, hace las conexiones necesarias para hacerlo zafar. Usa a un compañero de facultad para hacer andar rumores que lo benefician. Y Acevedo lo nota. Y Paula también.
Ahora, ¿quién juega con quién? ¿Hasta dónde se puede llegar con la rosca, la devolución de favores? ¿Hay un límite moral, ético? El estudiante se mete en este mundo y en estas preguntas, pero jamás desde un lugar dogmático o en forma de debate. Como su protagonista, Mitre analiza en acción: son los hechos, las miradas cruzadas –en cómo Paula camina al lado de Roque y luego hace unos pasos para no dejar solo a Acevedo, en un llamado telefónico de un locutorio- donde la película cuenta de verdad.
La captura es casi documentalista. Cualquiera que haya atravesado una universidad pública se sentirá transportado. No sólo por el bullicio político permanente, sino en las fiestas, los diálogos, los detalles que Mitre incorpora y que le dan ese toque de verdad que la película tiene en casi todo su metraje. La más claramente guionada escena final dará lugar a debates, pero queda claro que ese final es más abierto y enrarecido de lo que parece en primera instancia.
Como Pizza, birra, faso , Mundo grúa o Historias extraordinarias , la película de Mitre es un hito del joven cine argentino. En este caso, porque habilita la entrada de un cineasta de esta generación a un universo que parecía vedado: poder conjugar ese ya dominado realismo cotidiano con una historia atrapante, tipo thriller, donde las piezas y los elementos funcionan a la perfección.
Un párrafo aparte merecen los actores. Si el universo y el tono pueden ser pensables como un combo entre los mundos de Mariano Llinás y Pablo Trapero (el primero colaboró en la historia, el segundo es parte de la producción, pero trabaja con Mitre en sus propias películas desde Leonera), la dirección actoral es un mérito sin deudas aparentes. Lamothe, Paula, Felix, además de Agustín Rittano, Julian Larquier Tellarini, Valeria Correa y todos los demás, hacen de El estudiante no sólo una película intensa y atrapante, sino creíble en cada uno de sus diálogos.
El estudiante es una película de iniciación, de aprendizaje. Es sumergirse en un mundo extraño hasta aprender a dominarlo.