Asistí a la proyección de este film durante el último BAFICI. En su momento, pensé en escribir de inmediato unas líneas para aclarar ciertos comentarios de mi parte que pudieron haber resultado impertinentes -a pesar de las animadas felicitaciones que proferí. Pero entonces medité y consideré absolutamente imposible que este film no llegara a las salas comerciales, y aquí lo tenemos para el bien de todos los cinéfilos.
Mi pregunta al director Santiago Mitre había sido si acaso conocía los riesgos de la abstracción y la falsa neutralidad de la historia que proponía. Él me contestó que esto no era así, ya que había alusiones a la coyuntura del momento. Estas disponen, por supuesto, un escenario temporal contemporáneo y otorgan la credibilidad suficiente para generar una identificación perfecta con el estudiante universitario actual o, al menos, el ámbito en el que convive dentro de la universidad pública. No obstante, hay un particular empeño tácito de Mitre en centrarse en el ala de uno de los partidos que alguien con su mismo apellido ayudó a crear: la Unión Cívica Radical. Que podría haber sido otro signo político nadie lo pone en duda; sin embargo, para ello habría hecho falta otra obra completamente distinta. Por ejemplo, respecto del tema de los cargos públicos. En el intento de eludir al kirchnerismo y a la izquierda trotskista, Mitre genera todo tipo de fascinantes aires en el que sea probablemente el mejor thriller argentino de los últimos diez años, sin que ello signifique que haya hablado de "la política en general". Pues si deseáramos atenernos a esta línea de análisis, concluiríamos en vanas frases como "la política es sucia" y "los que se meten en política universitaria suelen abandonar sus estudios". Discutir aquí la veracidad de estas sentencias no es el punto, sólo se pretende enfatizar en este pequeño texto crítico que, si esa es la abstracción o generalidad conceptual de Mitre, esta no resulta inocua y se halla ligada al partido en el que el protagonista decide participar (innombrable, separado de los otros por una delgada franja morada).
Tampoco se puede decir que Roque (Esteban Lamothe) haya elegido iniciar su vida política tras una determinada ideología. Esas cosas apenas se eligen, más aun cuando el amor y los deseos carnales se suman a la nueva experiencia de vivir en la gran ciudad porteña. De hecho, fueron los deseos hacia una ayudante de cátedra de la Facultad de Ciencias Sociales (Paula, interpretada por Romina Paula) los que motivaron su ingreso en la agrupación. A partir de allí, la carrera de Roque irá en ascenso, aunque con los mismos ingredientes que la suscitaron -y que signarán el patrón espiritual del film-, las pasiones bajas y una inteligencia absolutamente apartada de los cánones académicos. Así es como el joven pueblerino -nada ingenuo, por otra parte- se transforma en un outsider del partido: el que hace el trabajo sucio. Pero todo nido de ratas tiene algún ofidio que come sus huevos.
En cuanto descripción de la política universitaria actual -en relación con los altos cargos- se pone a Acevedo (Ricardo Félix) como un profesor de amplia trayectoria política, respecto del cual se deja entrever que la admiración incondicionada que se le profiere va acompañada de la inevitabilidad de esta ceguera laudatoria. El sentido de la inclusión de Acevedo es simple: todas las marionetas requieren un titiritero.
Este thriller se encuentra en un plano general de la historia del cine en la línea de Todos los hombres del presidente, y en el vernáculo responde a la escuela de Mariano Llinás, que tuvo a Alejo Moguillansky como discípulo -excelentes trabajos de montaje, pero en Castro ha tenido un mal paso por la dirección. Además, se nota la estirpe de Pablo Trapero, a quien en mayor parte se deben las influencias. No hay forma de negar la labor de una obra que será única, y que hoy enorgullece a nuestro cada vez más creciente cine (¿hablamos de los impuestos a los "tanques" de Hollywood? Bueno, mejor dejémoslo para alguien no tan antikirchnerista como Mitre).
En El estudiante no aparecen muchas moralejas nuevas: las tramas políticas son viejas conocidas. No se desarrollan tampoco temas concretos, se los elude y se apela a la moralidad de unos principios que finalmente se quebrantan. No obstante, estos vientos casi reaccionarios de la película de Mitre no empañan el atractivo del producto y, dejan, tal como lo hace Secuestro y muerte, atisbos de una neutralidad que rápidamente toma el caudal de la incitación a lo apolítico. Pocas cosas son menos neutrales que los intentos de abstracción, en un ámbito que es concreción pura. Pero no podemos hacer nada: no hay thriller sin vicios.