PRIMAVERA ZOMBIE Ni siquiera "terror teen". Simplemente podemos quedarnos con que ya ahora en estos tiempos cualquier cosa puede y debe ser "teen", pero ya no como antaño, donde el adolescente solía ser el perseguido y degollado, y no la cruel víctima de su propio reflejo: la imagen de un ser conflictuado por la banalidad misma. Luego de la saga Twilight, y otros films como Beautiful Creatures, muchos productores descubrieron que pueden incluir a los engendros que siempre nos aterrorizaron en la cima de la taquilla, siempre y cuando se mantengan hermosos, jóvenes y, cuando, especialmente, no aterroricen en absoluto. Que un zombie puede tener algún tipo de relación amorosa, nos lo mostró Bruce LaBruce en su descarnada Otto or Up With Dead People, pero ahora a aquella hermosura de Otto, se le suman nuevas posibilidades zombies al género, que no delataré para no incurrir en un "plot spoiler", pero que adelantaré sólo mueven a la risa y podrían resumirse veladamente en el intento de poner en la esencia del zombie apenas algo del desinterés adolescente por todo lo que no refiera a sus turbaciones frívolas. Justamente, en Mi novio es un zombie (aka Warm Bodies), R (Nicholas Hoult), un zombie de los menos desagradables y de los más cute de la historia del cine, se enamora de Julie (Teresa Palmer), hasta el punto de secuestrarla tras comerse el cerebro de su novio, que le permite revivir las memorias de éste y, así, conocer a la joven en más profundidad (único punto medianamente original en cuanto al género). Convenientemente, el padre de la chica no será sino el jefe de la resistencia zombie en ese mundo apocalíptico y aparentemente sin mucho más sentido que el constante defenderse (John Malkovich). No obstante, lo peor que puede extraerse de esta película es su ideología, defensora de revoluciones como las que ocurrieron con la llamada "Primavera árabe". El film propone dos variedades de "muertos vivos" y da lugar a que algunos puedan aliarse con los humanos para luchar contra los otros. Sí, para eso "despiertan" y ... ¿adivinen quiénes son los más bonitos? Un real despilfarro de intencionalidad política de la peor que un adolescente pudiera llegar a escuchar: belicosa y discriminadora. Para acercarse a las quinceañeras, tenemos comedias románticas que no mancillan el género zombie y quizá sean más sanas, pues venden la ideología naïve sin mostrarles una masacre de esqueletos mal ingeniada por un director que aprovecha un libro teen. Adolescentes ¡retornemos a George Romero!
Hace ya un tiempo que no me su servidor no se dedicaba a ver este tipo de films, y posiblemente con razón. Pero antes que nada, es necesario aclarar que esta opinión no depende de conceptualizaciones previas que tildan al cine como "entretenimiento". Honor de Cavalleria es un gran film, y sin embargo, resulta muy complicado verla en la cama sin comenzar a soñar con los molinos de viento por cuenta propia. En este sentido, Fuera de Satán saca a relucir paisajes y primeros planos en lugar de diálogos, para contar la historia de un pueblo francés cerca de Boulogne Sur Mer asediado por los crímenes y las posesiones demoníacas. El actor David Dewaele interpreta a un misterioso hombre que guarda una relación con la joven de una granja cercana, vínculo que se torna especial por sobre otros que el primero mantiene. De estos últimos, algunos rozarán lo criminal, pero siempre el sujeto saldrá airoso de los conflictos que pudieran llegar a involucrarlo en sangrientos hechos. Esto puede deberse a las características sobrenaturales que van apareciendo en él, aun cuando la chica protagonista no vea allí más que un simple y ciego amor. El director Bruno Dumont posee una destreza peculiar en el empleo de la fotografía y el sonido, que desdibuja lo que, bajo otras manos, podría haber constituido un thriller o un film de horror. No obstante, esta capacidad de sacar a Fuera de Satán de la órbita de géneros premoldeados puede jugarle en su contra, ya que los momentos de dramatismo cinemátográfico son escasos en esta película que, aunque no posee escenas de más, presenta un ritmo que complacerá más a los amantes del mal llamado "cine arte".
TESTIGO DE CARGO El cine de denuncia ya ha perdido su efecto. De hecho, no podría calificarse como tal al cine de Pablo Trapero, ni con Leonera, ni con Carancho, ni con Elefante Blanco. La apuesta de este director se basa, más bien, en tomar realidades y transformarlas en potentes thriller, cada vez más insertos en el mecanismo cinematográfico de las grandes producciones. Parecería que no es posible denunciar las atrocidades de nuestra sociedad sino desde la periferia de la industria del cine, a la cual Trapero ya no pertenece. Aun más, en cierto sentido este film confirma terribles imágenes cuando las sella en el celuloide y las transfiere al espectador, quien las reconoce y, simplemente, las reconoce. Cómo el director comunica de modo directo esas atrocidades redunda sólo en la conformación de un scenario donde el género se desenvuelve y se auto-reivindica, incluso en las facetas más despreciables que retoma. En Elefante Blanco se entrecruzan cuatro tópicos centrales: la Iglesia Católica, la policía, la droga y la pobreza. Son los elementos de un thriller básico, aunque sea necesario que todos ellos tengan la doble cara de Jano, pues el resultado del mismo sólo puede ser exitoso cuando lo bueno y lo malo se con-funden en una unidad. Por un lado, los sacerdotes Julián (Ricardo Darín) y Nicolás (Jéremié Renier), junto a la asistente social Luciana (Martina Gusmán), pujan por ayudar a los habitantes de una villa miseria a sobrellevar sus cuitas, dentro de las cuales la drogadicción es la más tangible. Por otra parte, su pelea debe batirse contra el narcotráfico, por lo que la policía se ve envuelta de suyo en la cuestión. Al entremezclarse tráfico y adicción, se reflejan las peleas por el poder de un sector y del otro, todo lo cual va en desmedro de los habitantes del barrio, envueltos en la dudosa ayuda de los curas, la mafia local y la represión policial. Pablo Trapero lleva la trama con interés y agilidad y puede reflejar la duplicidad necesaria de los protagonistas en la personificación de cada cual. Como resultado, la obra resulta mayormente exitosa, aunque con la salvedad de que no logra expresar su contenido como una denuncia social cuya solución es acuciante. Por supuesto, esto es una decisión del director y la producción que no admite mayores quejas: ¿qué impide a una obra ser "puro entretenimiento"? Quizá, que se la disfrace como otra cosa y que no pueda más que ruborizar a algunos e indignar a otros. ¿Es posible, pues, el cine independiente?
PERSONA La desesperación de no querer ser sí mismo, como lo planteaba Kierkegaard, es muy distinta a la simple locura de creerse o pensar que acaso uno efectivamente puede convertirse en otro. Quizá esto suene algo pesimista, pero la vida consiste en ese estancamiento, en una movilidad dentro de una identidad cuyo movimiento es la siempre desde la interioridad hacia la interioridad. Por eso, el filósofo danés recomienda pensar la posibilidad de otro como pregunta, y no como modelo a seguir, pues ello impulsa al individuo hacia afuera de fronteras inexistentes para sí. Sin embargo, Carlos Gutiérrez (John McInerny) cree que su misión es convertirse en Elvis, como si pudiera tomar la posta de un difunto y reencarnar en él. Su voz prodigiosa (la que el actor en la realidad también posee) lo convence de esto. Trabajando para una fábrica que no representa sus intenciones verdaderas e interpretando al Rey en eventos sociales de poca monta, Carlos logra mantener a la esposa con quien se halla distanciado, Priscilla (Griselda Siciliani), y a su pequeña hija Lisa Marie (Margarita López), en una emulación de la vida del cantor de Memphis. Detrás de todo esto, que da la idea de la paródica vida de clase media-baja suburbana, el director Armando Bo -en su ópera prima- deja en claro que la vida del Elvis de Avellaneda refleja, más bien, los problemas psiquiátricos del protagonista. De allí el tono oscuro y hasta algo letárgico del film, que muestra la seriedad de un retrato pulido. Es entonces como, en este sentido, la película tiene un límite prácricamente clínico en cuanto al legado que entrega al espectador, lo cual pone a la obra en un original marco -sellado con la eficacia técnica del montaje, la fotografía y la dirección artística- plausible de ser atesorado, pero hacia un futuro, y en tanto material para la historiografía del cine. De modo que podría esperarse que el próximo film de Armando Bo produzca mayores destellos en el público que el presente, de una precisión parcialmente inocua en términos artísticos.
MI VILLANO FAVORITO A determinada edad, los hombres aprenden a no creer demasiado las historias de las mujeres, en muchas ocasiones erróneamente. Pero sin duda, podemos aceptar todo lo que Hollywood propone sin chistar. Y quizá, hasta cierto punto, esto resulte más saludable, en particular para los policías que no aceptan la dura realidad de una chica trastornada. De hecho, los problemas de Jill Parish (Amanda Seyfried) son serios. Hace un tiempo ya que, aparentemente, fue secuestrada por un maniático que la mantuvo cautiva en un bosque en las cercanías de Portland (Oregon, EEUU), práctica que los huesos humanos hallados por la joven demostraban le era habitual. No obstante, poco y nada pudo ser probado, más que su desaparación, que le valió un tiempo en un neuropsiquiátrico. Y ahora el loco suelto volvía por su hermana, una alcohólica en recuperación que para los oficiales de policía se había ido "de gira" por los bares nuevamente. Sola y loca, Jill emprendería la búsqueda de su hermana, metiéndose en todos los sitios en los que un asesino puede esconderse, bajo la mesa, en el callejón o detrás de un árbol en la profunda noche. El director Heitor Dahlia nos propone en 12 horas (Gone), un fugaz e impertinente entretenimiento que nunca intoxica, pero cae algo pesado, como comida de bodegón. En consecuencia, no es nocivo que este tipo de films exista y se exhiba en importantes salas, aunque con ello se impida que algunas otras películas continúen o se coloquen en cartelera. Claro que la televisión podría acoger 12 horas con los brazos abiertos y sin duda lo hará, de modo que el consejo final redundaría más bien, en el biógrafo o en el sofá de casa: paciencia, siempre podemos aguardar por el momento de la superación personal y cinematográfica.
Los biopic encierran una sucia jugarreta que, empero, no debe sorprendernos dado el origen de la película. Por lo general, estos films toman la vida de una personalidad realmente influyente en determinadas sociedades y lo hacen con la modalidad del retrato o, mejor dicho, del autoretrato. Todd Haynes ha sabido demostrar que las vidas, así como la historia, no se calcan, sino que, más bien, se inventan, y brindó grandiosas descripciones de Bowie (Velvet Goldmine) y Bob Dylan (I'm not there). Ha evitado, de esta manera, el pecado de Dorian Gray, el de crear un cuadro viviente cuyos vicios sólo en él se percibirían, mientras la carne permanecería intangible, protegida por la duplicidad avalada por el arte. Pero los argentinos, en particular, parecemos no estar dispuestos a "perdonar" a Margaret Thatcher, por vieja y senil, o por poderosa y despóticamente patriótica. Aun más, se esperaría sólo una dura crítica, un artístico linchamiento en La dama de hierro o en cualquier lugar donde se hable de su férreo gobierno. Porque, como miembro del Partido Conservador, no fue la decisión de encarar la defensa de la posesión británica en las Malvinas lo que la hizo dura: sus políticas en Gran Bretaña ya lo eran, y su popularidad no creció sino hasta poder revitalizar el nacionalismo que fertiliza administraciones en decadencias -algo que intenta hacer David Cameron hoy en día. Por eso, la directora Phyllida Lloyd debe ser consciente de que efectuó una empatía "de género" con la ex-Primer Ministro y, bajo este disfraz, realizó un film que justifica todo el accionar gubernamental de Thatcher en la historia de su imposibilidad de ser mujer. Tener que, finalmente, aceptar serlo es la lección de vida que en su ancianidad aprende. ¿Por qué, entonces, habríamos de dejar de llorar por una viejecilla? La valiente Margaret Thatcher joven (Alexandra Roach) y la madura y autoritaria estadista (Meryl Streep) son analizadas desde la perspectiva de las alucinaciones de la anciana Thatcher (de vuelta, Streep, transformada por el excelente team de maquillaje FX). Entre esos recuerdos, bien expresados con el empleo del flashback, aparecerá la Guerra de Malvinas, como un punto central en el interés del público, aunque no en relación con un posible e inimaginable consuelo. Por el contrario, las escenas que muestran a Thatcher escribiendo cartas a cada una de las familias con caídos en las islas y emitiendo personalmente órdenes a la armada británica en contra de los militares argentinos. Además, es menester mencionar que la labor de montaje y la musicalización de la película evidencian la ardua dedicación de todo el equipo de producción en este film. Una reflexión final. ¿Deberíamos contribuir a la difusión de una obra que apunta en contra de los intereses de nuestra nación? Aquí yace el perverso deseo del espectador y la inteligencia de la publicidad y del cine como industria. Grande será el interés y de nada servirán los comentarios nefastos a la salida de la sala. Pero, ¿no se espera acaso que la crítica estimule la atracción del público hacia el séptimo arte? En efecto, esto no se negará. Muchos puestos callejeros de "manteros" pueden confirmarlo. La nocividad del aval capitalista es aun peor que un mensaje despreciable.
TÍTERES CON CABEZA El otro día fui a ver Los Muppets y, pasados unos días, comencé a sentir pasiones ambivalentes respecto de este film. La del primer instante tras los créditos -y durante la proyección- es la de un cálido y embriagante je ne sais quoi transmitido por las inimitables criaturas de paño. A la par, me di cuenta que los musicales habían dejado de surtir en mí el efecto Fred Astaire de antaño. Un par de días después de esta combinación perfecta que se colegía del mismo mensaje de la película, percibí los efectos colaterales de la droga y me dije a mí mismo "Winners don't use drugs", pero algo de vez en cuando no te hace menos winner que antes, aunque sin duda te hace menos winner luego. Las técnicas que emplean la reflexión, el desdoblamiento, la autoconciencia y todo ese terreno filosófico que prefiero enumerar para no definir, suelen resultar extrañamente placenteras. Por ejemplo, cuando el narrador de una novela deja aparecer al autor mismo -hecho que ha de ocurrir con maestra pluma y pequeña dosificación- el sentimiento interior del lector tras el shock es cautivante. En el caso de esta película, dirigida por James Bobin, los personajes reconocen todo lo que tiene de atávico este tipo de obra en el marco de Hollywood y, así, obtienen, en un primer momento, el gozoso reconocimiento del público. Simple, pero efectivo, las primeras escenas que describen la feliz convivencia entre el pseudo-Muppet Walter y Gary (Jason Segel), abren una película de la que se podría haber esperado más, tras esa genial apertura. Sin embargo, los títeres hacen casi todo para que se los ame por sobre cualquier detalle de guión, cuyo argumento versa sobre el afán de Walter de ayudar a Los Muppets a recuperar su viejo estudio/teatro que está a punto de ser comprado por el magnate Tex Richman (Chris Cooper), ansioso de realizar excavaciones petroleras en el sitio. Los diez millones de dólares que necesitan para impedir tal transacción habrían de ser obtenidos en un "teletón", es decir, un show televisivo para recaudar fondos, sólo posible con la participación de la totalidad de los muppets (incluyendo a la reticente y exitosa Miss Piggy) y una estrella algo difícil de conseguir (cualquiera... o Jack Black). A esta ardua tarea se le sumará el hecho de ser concebida dentro del viaje romántico a Los Angeles de Gary y su novia Mary (Amy Adams), lo cual pondrá a Gary en un complicada elección divida entre su amigo Walter y su amada con la que ya lleva diez años de noviazgo. Es menester reconocer, por último, la genialidad del humor muppet, capaz de complacer a niños y adultos con inteligente sencillez -más allá de la impactante calidad digital de la imagen- y que los que no hemos vivido los años de reinado de Kermit y su banda, podemos sentirnos estimulados a ir en busca de sus shows. Los más puntillosos dirán que toda la parodia es un reflejo de lo que la sociedad norteamericana quiere ser, y ello escondería la verdadera y a veces terrible situación social del país del norte de América. Pero, por otra parte, The Muppets constituyen un pilar de la cultura estadounidense, y de lo mejor de ella a nivel artístico. En tales casos, al igual que el uso de ciertas drogas en determinados momentos artísticos, puede aceptarse la introducción de un testigo de cargo. Yo mismo me ofreceré, como me he ofrecido en tantas ocasiones.
La publicidad no deja de sorprender y los numerosos carteles que publicitan Al borde del abismo son anuncio de una película que se sostiene con poco excepto los millones que en ella se invirtieron. En este film del debutante Asger Leth, los hechos se suceden de la manera menos creíble y más espectacular posible con el fin de que el público aparentemente disfrute de todos los estereotipos que ya conoce sin llegar a la parodia, lo que habría ameritado la usual frase del juego del truco "uno por uno, negocio". Nick Cassidy (Sam Worthington, el protagonista de Avatar, en una actuación floja) es un ex policía fugitivo de la prisión -con algo de confusión, el guionista sorteó el problema del escape- que pretende probar su inocencia bajo la amenaza de que se arrojará de un elevado piso de hotel al vacío. El "show" del suicida atrae a la multitud y a medios televisivos de baja estofa moral representados por la notera Suzie Morales (Kyra Sedgwick) e implica, a la par, un operativo policial de rescate encabezado -por solicitud de Cassidy- por Lydia Mercer (Elizabeth Banks). Mercer deberá, entonces, lidiar con las diferentes facciones y estilos de la policía y, por otra parte, analizar si cree o no en la inocencia de Cassidy. En paralelo, se desarrolla la acción de otros personajes, cómplices y enemigos del protagonista, su hermano Joey (Jamie Bell) y su novia Angie (Genesis Rodriguez), y el magnate de la joyería y la construcción David Englander (Ed Harris), alrededor del cual gira el conflicto legal de Cassidy. Según declaraciones de los realizadores, su afán consistía en generar una obra que reflejara críticamente el circo que se genera en torno a los suicidas, pero una dirección inexperta en el género policial, carente de toda óptica psicológica para con los personajes, desvía este objetivo y lo pone como un mero disparador argumental. La sobreabundancia de explícitas caracterizaciones evidencia, también, un film de nivel intelectual muy elemental, más allá de que puede llegar a considerarse moralmente repudiable. Por fortuna, este servidor no trabaja para ninguna distribuidora y, por lo tanto, le deseo el peor de los éxitos a Al borde del abismo y quizá algún día el presupuesto de este tipo de películas pueda dividirse en cuatro y enviarse a los niños pobres de África o, por qué no, al clan Llinás o a Campanella, que harán alguna obra digerible y de ambivalente orientación política.
En diversas publicaciones, que incluyen el presente sitio de internet, se habla del cine como sublimación de las fantasías inconscientes del público. Muchos films de terror con fuertes dosis de gore abordan el tópico de la diferencia entre la realidad ficcional de las acciones de los protagonistas y la realidad -por ejemplo, la alguna vez ganadora del BARS, Masacre esta noche. No obstante, muchos deseos difícilmente alcanzables en la realidad no pertenecen al plano de lo inconsciente, al menos en relación con la materialidad de su concreción. Podemos pensar que, en efecto, la peligrosidad y locura de las "misiones" de esta cuarta entrega de Misión Imposible y sus anteriores versiones constituye ese anhelo irrealizable. Pero cuando se despliegan los lujos accesibles a través del dinero, todo se torna aparentemente más sencillo, pues un capital suficiente puede solucionar esa distancia entre el espectador y la pantalla. En consecuencia, la eventual posibilidad de alcanzar esos bienes se distingue de las tempestuosas pasiones legalmente vedadas por el Estado o el Super-Yo. La perversión yace en que es el propio sistema capitalista el que prohibe a la mayoría de la población el acceso a esos objetos y, a la vez, estimula su difusión expuesta como simple resultado de la acumulación. Mission: impossible - Ghost Protocol -dirigida por quien ha sabido encarar grandes películas de Pixar, Brad Bird- consiste, como sus predecesoras, en la sucesión de complicadísimas tareas por parte del grupo especial IMF, liderado por Ethan Hunt (Tom Cruise), de cuyo éxito dependerá prácticamente el bienestar del mundo. Para esta ocasión, Hunt carecerá del apoyo oficial de dicha organización y deberá valerse sólo de la ayuda de Benji Dunn (Simon Pegg) y Jane Carter (Paula Patton) y de un desconocido William Brandt (Jeremy Renner), sin que por eso falte la usual e imprescindible tecnología de las misiones imposibles. El grupo acepta la labor de detener a Kurt Hendricks (Michael Nyqvist), inteligente y nefasto personaje que se halla detrás de un sorpresivo atentado al Kremlin de Moscú, que esconde fines ligados al inicio de una nueva -y para el momento ya olvidada- guerra nuclear entre Rusia y los Estados Unidos. Para ello Hunt, Carter, Dunn y Brandt se trasladarán desde Rusia a la moderna Dubai y a la exótica ciudad india de Bombay. Uno de los intereses principales de MI4 lo constituye la novedosa locación de Dubai, ciudad creada en base a la riqueza en la mitad del desierto y que, por ello, precisa de la consecuente publicidad de su derroche. La fotografía entremezclada con hazañas permite que la inversión de los jeques árabes luzca en su esplendor en esta Mission Impossible. Sin embargo, la excitación de las impactantes escenas no resulta suficiente para legar reflexión alguna al espectador. La única reflexión presente es la de la repetición de las típicas e inolvidables características de la serie y sus versiones cinematográficas, a saber, los mensajes que se autodestruyen, el relato de las misiones, los extrañísimos aparatos y la banda sonora basada en la composición de Lalo Schifrin. Quizá, entonces, la banalidad de Misión: imposible 4 -Protocolo Fantasma sea consumida como un escape al tedio cotidiano e incluso a lo que se considera el trabajo intelectual del día a día. No obstante, las emociones de la producción de Cruise funcionan como un incentivo espiritual que ayuda a sostener un concepto de mundo, o un disfraz del mismo, como la suma de objetos disponibles para la venta, prestos a ser comprados. Hollywood ha empleado esta técnica en tiempos de guerra y no ha cesado de emplearla, con la eterna finalidad de controlar la voluntad de las masas a las que no satisface, pero que siempre -le hace creer- podría satisfacer.
Vivir en un edificio de departamentos difiere mucho de lo que es vivir en una casa. Para algunos, la comunidad que generan los edificios provee el beneficio de la seguridad y asistencia mutua, y eso basta para dejar de lado la molestia que podría resultar la más acotada privacidad del cotidiano cruzarse con el vecino. Pero, como todo, uno termina acostumbrándose y aprovechando las virtudes de la convivencia, más aun si puede cargar los propios problemas en las espaldas otros, por ejemplo, en el portero de confianza. César (Luis Tosar) parece tener la suerte de ser querido por toda la vecindad del edificio y no llega a convencernos, en un principio, de que el tedio de la cotidianidad de sus labores pudiera llegar a deprimirlo en grado sumo. Todos los días, saluda a los niños que van al colegio, a la señora que quiere a sus perritos y, en particular, a la jovial y bella Clara (Marta Etura), con quien establecerá una relación absolutamente especial. El vínculo enfermo que César deliberadamente establece con la joven carece de explicación aparente y en esta vacuidad de la intención yace el secreto placer del administrador. En Mientras duermes el público se reencuentra con Jaume Balagueró, el director de [REC], de quien se espera bastante como "maestro" in nuce del género thriller/terror, en un momento en el que España se esfuerza en destacarse en el género. Sin duda, el expertise del cineasta no defrauda, a pesar de que debe remontar el argumento en ciertas ocasiones: error o virtud, la última termina ganando. El sello de Balagueró también se trasluce en los items que aborda como la malicia, los códigos intracomunitarios y los espacios cerrados. La carencia de escenas por fuera del edificio opera como metáfora de los ahogados sentimientos del frustrado protagonista y de los co-habitantes del lugar, además de brindar al espectador el disfrutable encierro del thriller y un final con la dosis de perversión adecuada. Ahora bien, ciertos (y sólo ciertos) puritanos criticarán el clásico punto de vista de empatía con el malvado del film. ¡Hay que aprovecharlo mientras se puede antes de caer preso! Y otros puritanos del género (puritanos del género todos) exigirán más sangre, tripas y maquillaje FX. No se les presentará la oportunidad de gozar demasiado de estos elementos cinematográficos en Mientras duermes, lo que constituye un beneficio veraniego para la sequía de buenas películas de suspenso, sin mucha intelectualidad y con presencia reducida de geeks en la sala. El verdadero arte popular sin marxismo.