Estudiantes, estudiantes, a militar
Alto, flaco, de rasgos faciales filosos y perfil seductor, Roque Espinosa (Esteban Lamothe) llegó de un pueblito del interior para cursar sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Desde el comienzo, la película de Santiago Mitre (director de El Amor [1ra parte] y guionista de Leonera y Carancho) nos sumerge en el inhóspito y hormonal entorno de esa universidad. Roque no parece estar muy cómodo en el aula, se lo ve más interesado en recorrer los pasillos de la sede, repletos de carteles políticos. En este deambular de aparente abulia comienza a conocer gente, a relacionarse con chicas. Una de ellas es Paula (Romina Paula), una joven profesora adjunta que además de convertirse en su amante lo introduce en el mundo de la política universitaria. En ese momento el protagonista termina de comprender qué es lo que desea ser realmente y cuál será su papel en la vida que le espera.
El film de Mitre refleja de manera notable la condición de microcosmos que la universidad pública siempre ha exhibido con respecto a la totalidad de las esferas institucionales y políticas de nuestro país. Lo que prevalece ante todo es la lucha por un poder material y simbólico que puede escaparse tan pronto como se obtiene. Roque debe arriesgar el capital político ganado en cada compromiso asumido, en cada batalla. El director lo acompaña con su cámara a lo Dardenne en pos de un realismo duro, seco. Los diálogos, por cierto, refuerzan dicha búsqueda.
Allí donde se desarrolla la lucha por la supremacía también se mezcla el resto de las vivencias, por eso los personajes secundarios, animales de la misma selva, resultan tan atractivos como el protagonista. Los centros estudiantiles se incorporan a la política nacional por medio de pactos fugaces, traiciones, secretos y miserias. Ideología y jerga para los plenarios, vivacidad e instinto para los encuentros reservados con rectores, ministros y demás popes de la estructura. El Estudiante es, antes que nada, un tremendo relato de iniciación. Roque no puede ni quiere estudiar, puesto que el descubrimiento de una implacable habilidad de negociación con sus adversarios ocasionales le reveló esa verdad oculta que rige el sistema. Una vez que hizo pie en el fango debe hacerse fuerte y ser rápido. Sólo así podrá sobrevivir y él lo sabe.
Por otra parte, aquí se refuta categóricamente el supuesto carácter "apolítico" que muchos le atribuyen al Nuevo Cine Argentino. En su libro Otros Mundos Gonzalo Aguilar señaló en relación con este cine el ocaso de una idea que hasta ese entonces, durante las décadas del 70 y del 80, había sido predominante: la del pueblo como actor principal del escenario político. La patética movilización de las promotoras en Silvia Prieto, de Martín Rejtman, funciona como ejemplo de esto. La política, ajena a la vida cotidiana de las masas, se refugia actualmente en los oscuros recovecos de la burocracia estatal y privada. El mecanismo interno de la policía, la universidad y otras instituciones pasa a ocupar el centro de la escena y los nuevos cineastas argentinos se limitan a dar cuenta de ello, algo que, en definitiva, no es poco.
Si se tiene en cuenta los films locales de mayor renombre y menor calidad que inundan las salas comerciales, es una lástima que películas como la de Mitre -por lejos, la mejor del último BAFICI- padezcan una difusión tan limitada. El problema del consumo de cine nacional parece ser menos una cuestión de espacios disponibles que de inequidad en la distribución de sus productos. Por el momento queda claro que con películas brillantes como ésta no alcanza para modificar ese triste panorama.