Como pasó hace unos años con Historias extraordinarias, este año El estudiante es saludada por muchos críticos como una renovación de ese Nuevo Cine Argentino que ellos mismos canonizaron: y en cierto modo ambas películas proponen esa lectura, al ir contra todos los tópicos del NCA, de los que ahora se reniega ante su evidente agotamiento. Pero el modo en que el film los elude no es menos paradójico que esa acrítica recepción crítica. Veamos:
1) Si la película de Llinás remitía a una genealogía literaria y teatral antes que cinematográfica, El estudiante propone una conexión con el paradigma clásico del cine de Hollywood (que no es lo mismo que el paradigma del cine clásico de Hollywood…). Esa diferencia formal no rehuye sin embargo una cercanía que (incluida la colaboración autoral de ambos directores) permite las efusiones canonizadoras: si Llinás se proponía hacer implosionar las formas “mínimas” del NCA, Mitre propone implosionar sus “mínimos” temas (así, por ejemplo, la languidez y la parquedad habituales dejan paso a una vitalidad y verbosidad que antes parecían prohibidas). El resultado es ciertamente notable (como toda implosión), pero a la vez deja la sensación de que sólo reemplaza un mundo cerrado por otro (en ese sentido, no es casual que el film narre la entrada a un círculo áulico).
2) El estudiante se entrega a la exploración de un mundo cerrado asumiendo el punto de vista de un protagonista que viene de afuera. Pero esa abstracción sólo habla de la propia mirada, de aquello que es visto como ajeno: en este caso, el mundo de la política (según el sentido común dominante que la reduce a su expresión más maquiavélica: la “rosca”). La omnisciente voz en off funciona así reponiendo el punto de vista “externo” que sostiene la película: así, luego de una enumeración (parcial e inevitablemente ideológica) que se asume redundante, el narrador resume esa pragmática serialidad con un “…en suma, la política”.
3) “La política” se convierte entonces en puro tema (“nuevo” sólo para el NCA): se trata pues de un film sobre la política, más que de un film político (es decir: que asumiera lo político como dimensión de lo humano más que como historia extraordinaria…). Por eso El estudiante no intenta salir del mecanismo formal de la lucha por el poder, estructurada como novela de aprendizaje (una especie de Wall Street argenta, sostenida en el mismo pacto faústico). Se entiende entonces porque hasta ahora ese mundo quedaba afuera del registro del NCA: “la política” aparece como territorio contaminado del que no se puede salir limpio, algo que es en sí toda una declaración (anti)política.
4) El estudiante es la política según El príncipe: el pragmatismo de la lucha por conservar y aumentar el poder. Acevedo aplica las máximas de Maquiavelo o del Manual de conducción política de Perón, mientras que su discípulo hace su aprendizaje por fuera de los libros, como si en ese abandono se cifrara también la clave de una dicotomía que intenta resolver sin suerte el giro final, de la pragmática a la ética (sin que nada explique el viraje final del personaje).
5) Al “aislar la política de su coyuntura” (como ha declarado el director en alguna entrevista) esa mirada abstracta le impide la vocación (clara en el mismo film) de funcionar como metáfora mayor del país, desde el momento en que, por ejemplo, elude el “problema” del peronismo (sin dejar de citarlo lateralmente, con la conciencia de una falta): un notable acto de prestidigitación, siendo su mundo tan concreto (¡es como hacer una película sobre el cine argentino y no hablar del INCAA!). De hecho, todas las menciones “historicas” (a Lisandro de la Torre, etc.) no hacen sino aislarlas de lo político (para invocar un “honor” irremediablemente perdido, que el gesto final trata inexplicablemente de reparar). Como si eso fuera posible en la “realidad” (esa que su realismo impenitente evoca), a la que termina traicionando (y en esto es consecuente, como no lo es su protagonista): la realidad siempre es política por definición (salvo en las películas que se abstraen de ella, hasta cuando pretenden sumergirse en “las heladas aguas del cálculo egoísta”).
6) Más que con Dar la cara (una película con la cual se la ha relacionado por su ambiente universitario) habría que comparar El estudiante con Los traidores: no sólo porque también va a ser leída en el futuro como manifiesto de un clima epocal (ya son notables las lecturas que se hacen de ella desde el kirchnerismo), sino por su notable insistencia en el tema de la traición (tal vez lo único que une ambas películas, como solitario ejemplo de perspicacia, en un país que ha hecho del “tema del traidor y del héroe” toda una secreta mitología). Pero si en el film de Gleyzer la pragmática se volvía una ética discutible (la pública defensa del crimen político), en el de Mitre la ética queda presa de su discutible pragmática (la íntima recusación de la política como crimen).