Buen documental sobre una vida singular
De haber seguido la carrera prevista, John Palmer estaría hoy preparando su jubilación como catedrático de alguna prestigiosa universidad británica, como la de Oxford, donde estudió cuando joven. Doctor en antropología, vino hasta estos lejanos lares pensando desarrollar una tesis sobre los indios del Chaco Salteño, una región que los misioneros anglicanos supieron habitar exitosamente en otros tiempos. Ahí cambió su vida.
El se acercó a los wichis con ánimo de estudioso. Pero se le acercó una wichi con otra clase de ánimo. Entre esos indios, quien elige y decide en cuestiones amorosas es la mujer, y en este caso la muchacha tuvo más suerte que la criolla Balbina de Benito Lynch. Hoy Palmer vive con ella en una casita de Tartagal, es padre de cinco morochitos trilingües, y en vez de tesis prepara sucesivas exposiciones como asesor de la comunidad a la que pertenece en carácter de wichi honorario.
La cámara sigue sus actividades y nos hace compartir una vida distinta, tal vez más noble de la que le prometiera Oxford. Y más singular. A veces enfrenta capataces de empresas que invaden el monte propiedad de los indios. O reclama a las autoridades locales que miran para otro lado salvo a la hora de los discursos sobre pueblos originarios. O defiende ante la justicia a un buen indio que aceptó la propuesta de una parienta menor de edad sin advertir las consecuencias legales. Y a veces mister Palmer también se ocupa del hogar junto a su esposa, telefonea a su madre que desde Inglaterra manda juguetes a los niños, o lleva la familia a pasar el domingo con los abuelos que viven en medio del monte. Todos tranquilos, distendidos, incluso cuando a mitad de la tarde se declara un enorme incendio en las cercanías. «Son indios», dirá alguno. Pero el temple de esa gente, en ésa y otras circunstancias, nos provoca cierta admiración.
Autor del documental, Ulises Rosell, que lo fue haciendo a lo largo de dos años, mientras daba el acabado a una serie sobre comunidades nativas para el canal educativo. Buen trabajo, interesante, respetuoso, atractivo, e ilustrativo. Y buen título, el mismo de un cuento corto de Jorge Luis Borges cuyo protagonista convive con unas tribus, aprende de ellas un secreto que mantendrá de por vida, y sólo le dirá a su superior «que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad». Pero eso pasa en el cuento. En la película queda sugerido.
Música, James Blackshaw. Edición, Andrés Tambornino. Vale la pena consignarlos.