El Camino del Héroe
Palmer, John Palmer. También conocido como “el etnógrafo”, este antropólogo inglés abandonó su tierra natal para asentarse en Tartagal, Provincia del Chaco junto a la comunidad Lapacho Moche, integrada por miembros wichís. Lo que empezó siendo una investigación antropológica sobre la situación de los pueblos originarios en Sudamérica, como parte de su tesis universitaria, se terminó convirtiendo en parte de su vida cotidiana. Palmer traspasó su profesión para dedicarse a defender al pueblo wichí, entenderlo, estudiarlo y protegerlo contra las leyes del hombre urbano que los menosprecia, y no comprende sus creencias y tradiciones. Palmer, además encontró una familia: una mujer, cinco hijos, y forma parte de esa misma comunidad que trata de proteger. Es considerado un wichí más.
Después de Bonanza y Sofácama, Ulises Rosell, retoma la visión sobre el núcleo familiar y lo extiende al mundo del protagonista. Esta vez en una comunidad que tiene reglas propias, incomprensibles y malinterpretadas por la ley. Rosell, con cierta distancia y respetuosa prudencia, se mete en la historia de Palmer y su familia, es testigo del amor y cuidado que tiene por sus hijos. Un personaje que no reniega de su pasado posiblemente burgués, ya que está en permanente contacto con su madre en Inglaterra, que además manda regalos para sus nietos.
El Etnógrafo muestra tres facetas de Palmer: por un lado su vida diaria junto a su familia, y la de su mujer, que nos lleva a conocer la lucha por la liberación de Qatú, que considera a Palmer como un hermano espiritual. Qatú está preso, acusado de haber violado a la hija de su mujer, pero lo que la ley no comprende es que para los wichís, el acto que profesó Qatú no es considerado delito, especialmente porque tuvo el consentimiento de la joven Estela.
Rosell decide no emitir juicio ni prejuicio, sino ser testigo e informar de las tradiciones, mostrar el punto de vista dentro de la comunidad. No es necesario ver el otro lado esta vez. El pensamiento del hombre “civilizado” es conocido y criticado por Palmer, debido a su ignorancia.
Por otro lado (y quizás en forma menos armónica y más aislada de las otras historias), también se muestra el conflicto de Palmer con una petrolera que deforesta y destruye los caminos de la tierras wichís sin el consentimiento de la comunidad, atropellando lo que pasa por delante, gracias al apoyo de empresas y legisladores.
Si bien, el objetivo del realizador es mostrar al personaje en su vida diaria, tras un trabajo notable de investigación, a través de él se filtra una crítica directa e inteligente hacia los organismos oficiales y el papel de las multinacionales que explotan las tierras de pueblos originarios.
El director evita caer en bustos parlantes que hablan a cámara y a través de incisivos diálogos que tienen los personajes la cámara permite que el espectador entre a la comunidad. Un tratamiento naturalista, prolijo, pero sin pretensiones demasiado formales o estéticos ayudan a integrar al público a un relato ameno e identificable en cierta medida, por el que podemos sentir empatía y compartir las emociones e injusticias.
Sin caer en la bajada de línea, El Etnógrafo es un bello documental, contenido, con sutilezas, que a pesar de tener un ritmo pausado (justificado por el temperamento calmo, pero reflexivo de Palmer), atrapa porque contiene a un personaje inusual, un héroe de las tierras áridas y defensor desinteresado de las causas nobles.