Claustrofóbica y acaso –sólo acaso- ideal para ser representada en un formato teatral, El Examen es un film también muy cinematográfico y atrayente. Se trata de la ópera prima del británico Stuart Hazeldine, que llega a nuestras salas cinco años más tarde y de la que resulta interesante apreciar las vicisitudes de un heterogéneo grupo de aspirantes a un codiciado puesto de trabajo en un hipotético mundo atravesado por un virus devastador, detalle que no es revelado de entrada. Este y otros elementos la internan sutilmente en el terreno de la ciencia ficción, un ingrediente algo sorpresivo pero que no deja de ser un aporte. Ocho candidatos con diferentes trasfondos culturales, etnias y sexos son enfrentados en una habitación de cemento y metal con diferentes fuentes lumínicas, más parecida a una prisión de alta seguridad que a una oficina de Recursos Humanos. El film de Hazeldine comienza siendo una radiografía de un inquietante test en la que las entrevistas laborales parecen ser interpeladas, sin embargo, todo parece pasar más por una competencia en la que el ingenio y los juegos de roles prevalecen.
Pero cerca del final esta impresión cambia, como parte de sus virajes, hasta llegar a un desenlace que la redimensiona, brindando una vuelta de tuerca humanista entre tanto maltrato corporativo, pugna y codicia. Pese a sus notorias inspiraciones en El método y El cubo, hay una sustancia propia en El examen, además de mantener la tensión y el interés en todo su metraje –desarrollado casi en tiempo real-, con un par de buenas performances actorales.