Aunque nunca deje de ser un mérito el que una película pueda mantenernos en vilo desde el principio hasta el final, en el caso de El examen esa fuerza resulta paradójica. Por un lado, el film de Hazeldine tiene una gran potenciainmersiva, que se incrementa por la cercanía de sus planos que dejan ver el constante sudor en los rostros de sus personajes y por la claustrofobia de ese único espacio en el que se desarrolla la acción. Por otro lado, esa fuerza que atrae no deja entrever más que clichés y estereotipos que no se superan y que, por el contrario, conducen justo a eso que cuesta perdonarle a un thriller: la sospecha acerca de un posible desenlace.
El escenario al que El examen nos quiere llevar es muy parecido al de El método, coproducción de España y Argentina estrenada en 2005 en la que un grupo de candidatos competían por un puesto importante en una empresa. Contrariamente a la película de Marcelo Piñeyro y de sus paredes más laxas y su movilidad y luminosidad aún presentes en el aislamiento, la cerrazón y la constante penumbra del film de Hazeldine preparan también un mundo más desesperado y envilecido y, sobre todo, con un abanico de posibilidades más amplio. Así, y si en El método el conflicto entre personajes llegaba a través de la vía —aún amable, en comparación— del soborno y el favor sexual, El examen salta rápidamente las barreras del racismo o la misoginia y llega a los golpes, la tortura e incluso al intento de homicidio. Pero el problema con el film de Hazeldine no radica tanto en el cariz de los hechos sino en la forma que a través de estos toman los personajes, y que deja a cada uno de ellos —menos al ganador, claro— a la deriva de la incoherencia, sino del lugar común. El caso más representativo es Brown (Jimi Mistry), el desafiante apostador que, después de las maniobras y de incluso torturar a otra de las postulantes para obtener información renuncia, sin más, al puesto. Así, y como si se despojara por completo a los protagonistas de su inteligencia y lógica iniciales, cada uno se hunde por sí mismo dejando cómodamente en pie a quien —ya lo sabemos—será el ganador del puesto (error que El método, aún con sus debilidades, no se permitió cometer).
Pero la ingenuidad que deviene efecto de crueldad para con sus criaturas de El examen también tiene un equivalente en el registro. El CEO de la empresa, un hombre de estatura baja, encorvado y con anteojos, no contesta y se esconde detrás de otros cuando le hablan y lo interpelan. Luego, cuando otros dos personajes se refieren indirectamente a él, se lo pone en foco mientras él baja la cabeza o mira a otro lado. Un mecanismo similar se utilizaba en la primera aparición de la hermana de Mr. Darcy en Orgullo y prejuicio, una película en mil formas diferente al film de Hazeldine pero con un mismo y vago método para ilustrar cierto carácter: un personaje que se retrae y una cámara que lo busca y lo invade. Así, nuestra inmersión en El examen también es literal, al punto en que somos invitados a tocar al más huidizo de sus protagonistas. Una vez más, la ilusión de misterio es momentánea: antes que complejidad o contradicciones, los enormes rostros en pantalla sólo reflejan la estrategia que los encadena.