Miedo de archivo
El filme de Kelvin Tong resulta un rompecabezas paranoico y apocalíptico que nunca termina de armarse del todo.
Tal vez la crítica más devastadora que se le puede hacer a El exorcismo de Anna Waters sea contar su argumento. Coinciden en él elementos tan disímiles que resultaría agotador enumerarlos. Para resumir, la Biblia se cruza con cosas mucho más absurdas que un calefón: enfermedades degenerativas, números binarios, cables submarinos, el código Morse, etcétera.
Se trata de un rompecabezas paranoico y apocalíptico que nunca termina de armarse del todo y que delata que la imaginación de su director y guionista (Kelvin Tong) es más un archivo de escenas de otras películas de terror y un inventario de supersticiones colectivas que una visión orgánica y coherente.
Lo único que parece tener claro Tong es que quiere provocar miedo. Y esa necesidad casi fisiológica de asustar se transforma en ansiedad. Una ansiedad que lamentablemente no alcanza la dimensión estética de la serie televisiva American Horror Story, porque sólo se traduce en dispersión, en paréntesis que nunca se cierran o en escenas mal narradas y mal encajadas en el montaje.
Ni siquiera el exotismo cultural de que la acción se desarrolle en Singapur es aprovechado para ofrecer una perspectiva diferente de la mitología bíblica sobre la que se basa buena parte de la trama. Como es evidente que Tong no termina de entenderse a sí mismo (ya que confunde abundancia con complejidad), supone que los espectadores tampoco captarán las obviedades de su sentido del terror y las subraya una y mil veces, tanto en las imágenes como en los diálogos.
Hay, no obstante, dos o tres escenas genuinas que bien podrían recortarse y difundirse a través de YouTube como las pruebas flagrantes de la clase de película que El exorcismo de Anna Waters no pudo ser.