La fe y el pecado coalicionan
Alejandro Hidalgo, director de La casa del fin de los tiempos (2013), abre tantas puertas con su nueva película, El exorcismo de Dios, y no justamente al infierno (aunque se acerca a ello), que es imposible luego seguirle el tren y poder alimentar el encuentro entre historia, personajes y, al fin y al cabo, unas de las partes tan importantes como el resto en la llegada a la exhibición, como es el del espectador. El mismo que se ve sorprendido por algunos de los sustos que con el correr de los minutos son unos iguales a los otros, como una onda en el agua provocada por una piedra.
Los golpes de efecto que el miedo provoca se van desarmando en su grandilocuencia, dado la creciente ambición algo desmedida del relato; no porque no sea posible teóricamente, más bien es que la cantidad de ideas adquieren una magnitud tal que sobrepasan a la historia misma, y los personajes se desinflan frente ante los elementos y el contexto que deben enfrentar.
Los momentos de impacto se vuelven redundantes y el punto cúlmine, que al principio da miedo y luego se vuelve un poco risueño una vez que el ojo se acostumbra, es una especie de “Jesús Zombie” que, es justo decir, es una apuesta mayúscula en lo que a films de posesiones demoníacas se refiere; para pronto tornarse un cuento inverosímil como un mal episodio de The Walking Dead. Que los hay. Como las brujas.