Gabriele Amorth era abogado, era periodista, era teólogo, nunca fue Batman, pero sí fue exorcista principal del Vaticano. Para 2010 había declarado setenta mil exorcismos en su haber y más de veinte publicaciones con anotaciones personales sobre los casos, incluyendo testimonios y detalles sobre los rituales llevados a cabo en sus funciones.
En base a estas historias El Exorcista del Papa seguirá el caso de Julia y sus hijos. A un año de perder a su esposo en un accidente de auto, esta mujer emprenderá una mudanza desde Estados Unidos a España con el fin de restaurar y poder vender lo único que les quedó de herencia: una abadía en ruinas. Va acompañada de una hija adolescente con problemas de actitud y un hijo pequeño que no habla desde la muerte de su padre.
Entre tanto cliché, dos obreros dan con un extraño sello en la pared y al querer desenterrarlo explota todo. Los contratistas deciden irse porque, como ya sabemos, soldado que huye sirve para otra película; por tanto, dejan a la familia sola, pero no tan sola, en compañía del demonio, que en realidad lo que necesita es que llamen al padre Amorth (Russell Crowe).
En medio de levitaciones y huesos crujientes en posiciones extravagantes, motivos típicos de este subgénero del terror, esta película también nos cuenta una innecesaria rescritura fantástica sobre la historia de la inquisición, que, de paso, aligera un poco de cargas a la santa institución.
Nada nuevo bajo el sol, por supuesto son dos mujeres las mandaderas del diablo, las encargadas eternas de generar culpa en los hombres. Al menos esta película nos deja una salvedad: por fin Hollywood se olvida por un rato de hablar el inglés con tonada extranjera y Crowe parla italiano, no toda la película, pero gran parte de ella. Al principio suena medio raro, pero después se acostumbra el oído y va muy bien; no pasa así, en absoluto, con el doblaje de los poseídos.
El director de El Exorcista del Papa es Julius Avery, también a cargo de Overlord (2018), una producción de JJ Abrams, con temática thriller paranormal que me había gustado mucho. Por eso esperaba sentir miedo; sin embargo, me causó gracia.
La intención pareciera ser recrear el espíritu chistoso de Amorth en un ambiente a medias gótico que represente su trabajo y es esto, por momentos, en conjunto con Russell Crowe, lo que salva la película. Es decir: no digo que esté logrado, pero entretiene. El resto del tiempo es un film exagerado, poco creíble, de las que uno dice malas, pero que se dejan ver.