Russell Crowe contra el demonio
La presencia del actor de “Gladiador” en la figura del exorcista cambia la lógica de un relato de terror que, sin dejar de serlo, hace honor a la épica lucha del bien contra el mal del cine de acción.
“Mi peor pesadilla es que Francia gane la copa del mundo” dice Russell Crowe en la piel de Gabriele Amorth. Un latiguillo propio de un héroe de acción y no de un enviado de Dios que busca exorcizar un cuerpo poseído. Es que si bien Crowe interpreta al exorcista en jefe del Vaticano -un hombre que existió realmente-, su presencia se devora la película. El tipo desafía al demonio convirtiendo la habitación del chico poseído en una suerte de cuadrilátero bíblico.
La historia se remonta a un caso ocurrido en 1987 en España, específicamente en una abadía en Castilla. Una mujer (interpretada por Alex Essoe) y sus dos hijos adolescentes llegan al lugar después de la muerte del cabeza de familia. La mujer tiene la intención de restaurar la capilla y pasar unos días allí, pero su hijo Henry (Peter DeSouza-Feighoney) es poseído por un peligroso demonio. El Papa (el legendario Franco Nero), llama a Gabriele, un exorcista cuestionado que ha tenido un exorcismo fallido previamente, y lo envía al sitio. Pronto, el padre descubre una conspiración que ha sido encubierta desesperadamente por el Vaticano durante siglos.
El exorcista del Papa (The Pope's Exorcist, 2023) no es comparable con el clásico de William Friedkin ni con las innumerables producciones que le siguieron, aunque comparta su estructura narrativa. Se asemeja más a películas del estilo de El día final (End of Days, 1999), donde Arnold Schwarzenegger se enfrenta al mismísimo demonio, destacando al héroe de acción en medio de una trama de terror.
Hay que decir que la película es sumamente entretenida y jamás se toma mucho en serio a sí misma. Los anclajes históricos son al menos ridículos (“La inquisición fue obra del Diablo”, mencionan en un momento) y las situaciones propias de un film de terror ceden terreno ante una batalla apocalíptica entre representantes de Dios y del Diablo. Ni más ni menos.
Ingredientes del cine de acción y fantasía se imponen en una película en la que Russell Crowe comanda el reparto con un personaje orgulloso y carismático que exorciza sus culpas para salvar a los demás y no al revés. El caso importa menos que la construcción del personaje protagonista, pensado como un superhéroe surgido del mismísimo Vaticano.