"El exorcista del Papa", la eterna batalla contra el maligno
La película recorre los tópicos habituales de las historias de exorcismos, con el añadido de una conspiración eclesiástica que perdura desde las épocas de la Inquisición.
Los afiches de la vía pública de El exorcista del Papa muestran a Russell Crowe mirando con cara seria y amenazante mientras empuña un crucifijo, elemento fundamental en una película en la que el recordado Maximus de Gladiador interpreta a un cura con alta reputación en el Vaticano gracias a sus mil batallas ganadas contra el mismísimo diablo y su sequito de espíritus malignos. Pero su Gabriel Amorth debe ser uno de los curas más copados de la historia del cine, alguien con la frase justa en la punta de lengua para alivianar situaciones a priori insoportables. A saber: le hace morisquetas a las monjitas; cuando una madre que acaba de enterarse que su hijo está poseído le pregunta cómo puede ayudar, le dice que haga café porque les espera una noche larga; ante un cura que expresa sus temores, responde que su miedo es que Francia gane el Mundial; al momento de “festejar” una batalla ganada contra Satán, empina una petaquita cargada con alguna bebida espirituosa que comparte con su flamante compañero de aventuras, el Padre Esquibel (Daniel Zovatto).
Con ese joven colega español establece una dinámica que por momentos recuerda a una buddy movie, aquellas comedias centradas en una involuntaria pareja despareja unida en pos de un objetivo mayor. Una dinámica que airea un relato que, por fuera de eso, abraza la seriedad y recorre las postas narrativas más habituales de las películas de exorcismos, adosándole una conspiración eclesiástica que perdura desde las épocas de la Inquisición. Pero todo empieza con la presentación del caso a resolver: mamá Julia (Alex Essoe), su hijo menor Henry (Peter DeSouza-Feighoney) y su hija adolescente Amy (Laurel Marsden, Zoe en la serie Ms. Marvel) viajan hasta España para supervisar las remodelaciones en una centenaria abadía que acaban de heredar. Lo hacen justo cuando los chicos intentan sortear los flejes más dolorosos del duelo por la reciente muerte de su padre a raíz de un accidente vehicular del que el niño fue testigo. De allí, entonces, que a nadie le llame la atención que Henry se comporte un tanto raro.
La gota que llena el vaso es una convulsión seguida de varios gritos con una voz que no es la de él, lo que vuelve evidente que hay algo más que un proceso psicológico en curso. Es entonces que entra en acción Amorth, que con su porte de perro San Bernardo cansado es capaz de intimidar a quien quiera plantársele. Dirigida por Julius Avery (el mismo de la muy buena Operación Overlord) y basada en las memorias del Amorth “real”, El exorcista del Papa entrega las esperables torsiones corporales, los litros de sudor frío recorriendo la piel magullada del poseído, los apagones repentinos de luz dignos de la gestión Edesur, mil movimientos de muebles y las voces guturales balbuceando palabras en idiomas en desuso que operan como armas para el duelo dialéctico entre la criatura roja y el tándem Amorth - Esquibel. Una serie de asuntos no resueltos del pasado de ambos intentan sumar algunos pliegues de profundidad psicológica. No era necesario: esos dos hombres se llevan bárbaro.