El exorcista del papa

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

DILEMAS NO RESUELTOS

Después de esa cumbre absoluta que fue El exorcista, el subgénero de exorcismos ha ido en franco declive y cuesta encontrar ejemplos rescatables. Es un tipo de relato que ha quedado cristalizado en una sumatoria de estereotipos y que últimamente pareciera requerir -a diferencia del clásico de William Friedkin- de un espectador que avale un verosímil donde la fe religiosa pareciera ser indispensable. El exorcista del Papa parece ser consciente en buena medida de todo esto y amaga con adentrarse en la auto-parodia, pero ese recorrido lo hace a medias, sin total convicción.

El film de Julius Avery (quien viene de dirigir Némesis y Operación Overlord) se basa en los archivos reales del padre Gabriele Amorth (Russell Crowe), quien fue el exorcista en jefe del Vaticano durante una gran cantidad de años. Situado en 1987, el relato se enfoca en el caso de un niño norteamericano que estaba alojado con su madre y su hermana en una iglesia en restauración en España y que súbitamente es poseído por un demonio. Amorth, acostumbrado a tener que lidiar mayoritariamente con situaciones que eran más psiquiátricas que verdaderamente espirituales, se encuentra con que hay un verdadero demonio en el cuerpo del niño y que sus planes van mucho más allá. De hecho, a medida que avanza su investigación, se da cuenta que detrás de todo el asunto hay un secreto que la Iglesia ha mantenido oculto durante siglos.

Convengamos que la trama posee una cantidad de giros y revelaciones cada vez más disparatados, y que pide no tomársela muy en serio. El que mejor parece entender eso es Crowe, que compone a Amorth como si fuera el paroxismo del cura bonachón y pícaro: lo vemos yendo de acá para allá con su Vespa, haciéndole morisquetas a las monjas, tomando alcohol cada vez que puede, haciendo chistes a cada rato y hablando en un italiano que casi inevitablemente mueve a risa. Sin embargo, no todo en la película es Crowe, a pesar de ser el indiscutible protagonista en su duelo con lo demoníaco: la narración también quiere construir un drama familiar y personal, que va de la mano con un suspenso más directo y explícito. Es este segundo aspecto el más flojo, no solo porque acumula estereotipos trillados, sino también porque las actuaciones son sumamente mediocres.

Lo cierto es que El exorcista del Papa no llega a resolver esa tensión entre parodia y seriedad, por lo que nunca termina de quedar claro dónde está parada o qué es lo que quiere contar realmente. ¿Es un drama sobre la fe y el perdón? ¿Es la historia de una familia buscando superar diversos traumas? ¿Es un relato de horror sobre posesión demoníaca? ¿Es una comedia disfrazada de thriller? Es quizás, un poco de todo eso y, a la vez, nada de eso, porque no va a fondo con ninguna de esas vertientes narrativas y estéticas. Eso la hace una película interesante y a la vez fallida, que evidencia ciertas limitaciones y desafíos que enfrentan algunas de sus expresiones genéricas en la actualidad.